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Goio Borge

Las consecuencias del menosprecio a la cultura

// Ilustración: Pepo Pérez
España tiene un problema de liquidez que le hace encarar muchos años venideros de trabajo y aplicación del beneficio obtenido en el pago de las deudas que está contrayendo para poder continuar con su día a día. En su urgencia, el Gobierno ha tomado decisiones que afectan a múltiples sectores públicos, cada uno de los cuales sufrirá ajustes inesperados, en muchas ocasiones injustos, y que a veces son dramáticos. La discusión sobre la ideología que alienta las decisiones del Gobierno es lícita por cuanto muchas de ellas son las que propone un capitalismo neoliberal ansioso de aligerar el peso de los estados, y porque no han afectado hasta ahora a todas las capas sociales

España tiene un problema de liquidez que le hace encarar muchos años venideros de trabajo y aplicación del beneficio obtenido en el pago de las deudas que está contrayendo para poder continuar con su día a día. En su urgencia, el Gobierno ha tomado decisiones que afectan a múltiples sectores públicos, cada uno de los cuales sufrirá ajustes inesperados, en muchas ocasiones injustos, y que a veces son dramáticos. La discusión sobre la ideología que alienta las decisiones del Gobierno es lícita por cuanto muchas de ellas son las que propone un capitalismo neoliberal ansioso de aligerar el peso de los estados, y porque no han afectado hasta ahora a todas las capas sociales

Uno de los sectores habitualmente despreciado por la derecha en España es el de la cultura. La implicación de muchos de sus agentes en la negativa a que España apoyase la invasión estadounidense de Irak en 2003 ha tenido la contrapartida mediática de una prensa neoliberal contundente y sectaria hacia no sólo las opiniones sino también las obras de varios autores y agentes culturales, y parece haber encontrado el momento de una revancha definitiva en el aparente castigo impuesto mediante la subida del IVA en un 13% a las entradas a cines, teatros y conciertos. Dado el momento económico, las quejas se han oído pero no calan en medio del torrente de ajustes. Ni lo harán, el mejor ejemplo fue la Marcha Negra de los mineros de Asturias y León, barrida mediáticamente por el inmediato (al día siguiente) recorte brutal del Gobierno que redujo el salario de los funcionarios un 7%, en una espiral que recuerda peligrosamente a ‘La doctrina del Shock’ que explicó Naomi Klein.

 

La cultura, así, dentro del modelo neoliberal en que es tratada como un sector económico más, no merece mayor atención. Ha sido problemática para el partido en el gobierno, los medios se han encargado de demonizarla como si fuera desarrollada por un conjunto de aprovechados de los fondos del estado, y no existe reflexión alguna sobre ella en su entorno neoliberal, salvo que aquello que no da beneficio no tiene razón de existir, mucho menos de recibir ayudas públicas. Y ya.

 

¿Quiere la derecha un entorno con menos cultura? ¿Le importa poco el desarrollo cultural de la sociedad? ¿Este sólo debe llegar una vez que las necesidades primarias están cubiertas, y ahora no lo están? Seguramente no responderían afirmativamente a estas preguntas, pero la sensación generalizada es que este gobierno cree que se puede pasar sin ella.

 

Siendo del País Vasco, siempre he visto con cierto asombro la indiferencia con que el PP, y antes Alianza Popular, y el PSE (en menor grado), miraban a las actividades culturales vascas. Para partidos que defendían con ahínco, incluso con sus vidas, su pertenencia a lo vasco y su derecho a no ser excluídos de ese ámbito, no puede decirse que las especifidades de la cultura vasca hayan estado entre sus prioridades a defender, al menos hasta el punto de mojarse por ellas. No consideraron oportuna una euskaldunización masiva de sus cuadros, no pudieron por ello hablar de par a par con quien trabajó en la gestación de las instituciones culturales que nacían, EiTB o los periódicos en euskera por ejemplo, no tenían corpus suficiente para participar en ellas, y seguirían sufriendo humillaciones diarias como la que les ofrece Joseba Egibar, cuando les dirige la palabra en euskera al hablarles directamente en las sesiones parlamentarias. El PSE no pareció variar mucho con su fusión con la mucho más introducida en la cultura vasca Euskadiko Ezkerra. La vida de PP y PSE fue muy dura en estos años, y no debe existir exigencia moral dado lo que soportaron en sus circunstancias de muchos de ellos. ¿O tal vez sí? ¿Tal vez las cosas podrían haber tenido algún ingrediente que hubiera permitido que fueran algo diferentes? Es una especulación que puede resultar bizantina (y dolorosa: obviamente el terrorismo de ETA acabó con muchos euskaldunes, el dominio del idioma no garantizaba inmunidad alguna), pero la realidad es que hoy, con el terrorismo de ETA paralizado, el PP y el PSE se duelen al ver que el relato de la victoria que supone el abandono de las armas por ETA no está siendo contado como tal a la sociedad vasca, sino que ésta escucha e incluso responde positivamente al mensaje salido de la izquierda abertzale y sus aliados, que han sido peculiarmente hábiles en la comunicación de su transición, además de que la situación económica que penaliza las acciones equivocadas de los partidos tradicionales les beneficie. PP y PSE sienten con lógica el frío que puede suponer una mayoría nacionalista como nunca se ha visto en el parlamento. Y digo yo, ¿han tenido recursos para comprender cómo contar el relato verdadero a toda la sociedad vasca? ¿No se preguntan si en su camino no les faltó algo? ¿Algo que tiene que ver con la cultura, tal vez, a veces mirada con condescendencia folklórica, a veces demonizada directamente? ¿Y no tenían derecho los ciudadanos euskaldunes a que la historia en euskera también se contara de otra manera?

 

Los informes de la Unión Europea indican, por si había alguna duda, que aquellas sociedades donde abundan las industrias culturales y creativas son aquellas de mayor desarrollo económico en Europa. Que las industrias culturales y creativas generan más innovación que las empresas productivas tradicionales. Y que en estos tiempos en que la gestión de los recursos humanos está cambiando hacia una visión mucho más implicada en innovación y por tanto más creativa por parte de los directivos, las interrelaciones entre la gestión en las empresas creativas y culturales y su manera de trabajar aporta grandes beneficios por medio de redes intersectoriales y equipos multidisciplinares a la innovación, que es un concepto hasta ahora sólo tecnológico y científico. Por supuesto, ayudan a la cohesión territorial, al sistema educativo, al turismo, pero resulta que también a la economía general, de la que parece que no son tan fácilmente disociables como el neoliberalismo de cajón desea. Así que aunque se tomen políticas que cercenen la actividad cultural porque a fin de cuentas se puede sobrevivir sin ir al teatro, escuchar música o tener una buena biblioteca, resulta que a largo plazo tendremos problemas que se sumarán a nuestro retraso en el ámbito innovador en todos los sectores de la economía.

 

Actuar contra la cultura, incluso olvidarse de ella, siempre tiene consecuencias, a veces imprevisibles, y tal vez injustas, pero las tiene. Parece por los ejemplos de nuestro alrededor que el aumento del IVA a la cultura hará bajar la recaudación por este impuesto en el sector, fomentará la piratería, y enviará mucha gente al paro; el conjunto de todo eso suena a medida económica poco afortunada. Muchas veces, al leer u oír improperios contra las industrias culturales y creativas, me pregunto por el cortoplacismo de esas críticas y por la poca visión de negocio de un país asediado, que empieza a enterarse de lo que le ha pasado, que posiblemente no lo ha hecho antes por falta precisamente de cultura, pero que devora circo de continuo, en forma de fútbol y reality shows. Hay cierta evasión que seguramente no merece la pena apoyar.

 

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