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Al trabajo en equipo simplemente di no

trabajo en equipo

Los comités de trabajo y los brainstorming dan una pereza horrible, pero eso no es lo peor. Lo peor es que son intentos de control de los que no tienen ideas sobre los que sí. Noveno capítulo de “Qué pereza todo”. Sed furiosamente individualistas y leedlo si os da la gana

Aprendiendo a decir no
Los comités de trabajo y los brainstorming dan una pereza horrible, pero eso no es lo peor. Lo peor es que son intentos de control de los que no tienen ideas sobre los que sí. Noveno capítulo de “Qué pereza todo”. Sed furiosamente individualistas y leedlo si os da la gana

Como no me gusta hacer perder el tiempo, empezaré con el mensaje principal y así quien detecte la gansada o la ofensa puede dedicarse directamente a otro asunto de mayor interés. Allá vamos: no creo en la igualdad.

No creo que todos seamos iguales, ni hombres y mujeres, ni negros y blancos, ni bilbaínos y murcianos. No soy igual que tú, seas quien seas. Creo que hay gente peor que yo, menos evolucionada, y hay gente mejor que yo, con más valor objetivo y con más conocimiento y legitimidad para tomar decisiones. Respeto solo las opiniones que no me parecen idiotas, y respeto la edad, el esfuerzo personal y las jerarquías de una organización, ya sea una empresa, una familia o un grupo de montaña, porque pienso que es la única forma de que funcionen.

La homogeneidad me parece siniestra y agobiante. La horizontalidad, un sainete. Todas las frases con la expresión «todos» son mensajes comerciales. Me dan grima los uniformes, las filas ondulantes de chalets adosados con sus resecos jardincitos delanteros y las mesillas idénticas a ambos lados de la cama matrimonial. No puedo con las comunidades de propietarios, las asociaciones de personas firmemente comprometidas con lo que sea y las parejas que hablan con una sola voz, como si fueran una unidad indivisible en lo universal. Soy un individualista rabioso, un inmaduro y un egoísta, qué le vamos a hacer.

Bien, si aún queda alguien por ahí, sigo.

No al trabajo en equipo

¡Vamoooos! ¡Equipooooooooooo!

Las aspiraciones de autonomía no resultan baratas. Sobre todo si tu talento es mediocre y no eres millonario, como es mi caso, porque tienes que socializarte para sobrevivir. Tienes que fingir que te adaptas a desconocidos que te importan un bledo, que te integras en la creación mental de otro (en su oficina, en sus reglas, en sus manías), que formas parte de algún “nosotros” que alguien se ha inventado para sacar adelante su negocio. Y todo, claro, por un sueldo, lo cual es una derrota de entrada, ya seas empleador o empleado. El dinero siempre sale caro.

A lo que iba. Entre las fantasías colectivas que se han instalado en muchas empresas como si fueran las leyes de Moisés hay unas cuantas boberías inofensivas, como lo de la calidad reconocida por AENOR y la innovación hasta el amanecer. Pero hay otras que son una lacra y un ataque directo a la seguridad de los creadores, y la peor de todas ellas, la quintaesencia de la maldad, es el trabajo en equipo: la visión compartida. El convenio. La pluralidad. Los comités. Toda esa morralla.

Tal vez el trabajo en equipo tenga alguna utilidad real en una ingeniería, por ejemplo, aunque lo dudo mucho, porque salvo maravillosas excepciones en las que te encuentras con un afín con el que te entiendes sin esfuerzo, el workteam ese no existe: en el mejor de los casos, es un mero trasvase de tareas, y en el peor y más habitual, es un equipo de personas haciendo lo que dice un señor o señora (una tiranía que en general me parece conveniente, como digo, pero que no se reconoce y en cambio se vende como un film de Walt Disney) o un mínimo común denominador que cercena las ideas de todos para crear un monstruo consensuado entre sonrisas forzadas de conveniencia. Pero lo que es seguro es que en la publicidad, que es a lo que me dedico, e imagino que en muchas otras actividades creativas, el trabajo en equipo convierte cualquier labor en un suplicio y en un despilfarro de tiempo y dinero. Y lo que es peor, en un aburrimiento.

No al trabajo en equipo

Di no a los brainstormings // mepartoderisa.com

Poco se puede hacer. Vivimos tiempos mediocres, en los que cualquiera puede ser cualquier cosa. Todo el mundo sabe, todo el mundo opina. Hay una degradación enorme de lo profesional. Los maestros son cuestionados por padres motivados. Los médicos escuchan el diagnóstico de sus pacientes. Los arquitectos cambian sus proyectos para contentar a un concejal. Y si eso les pasa a profesionales reconocidos, qué no nos pasará a nosotros, los titiriteros, cuando manejamos material frágil y opinable y cuando además todo el mundo pretende ser artista: pues que somos manoseados con un descaro apabullante. Nos manosean los clientes, que desvirtúan nuestras ideas y asierran, con gran entusiasmo, la rama en la que están sentados. Y nos manosean en las propias empresas cuando se impone el odioso trabajo en equipo y sus más irritantes expresiones: los workshops donde la gente juega a ser creativa y los ridículos brainstorming.

Yo digo que todos no somos iguales y que lo mismo que yo soy incapaz de cuadrar un balance o de abrir un estómago con un bisturí, un contable o un cirujano es incapaz de hacer lo que hago yo, por insignificante que esto sea. Todo no se puede. Digo que la creatividad y el control son antagónicos y que el trabajo en equipo es un intento de dominio de los que no tienen ideas sobre los que sí, y que si los que convocan brainstorming tuvieran ideas propias no convocarían a nadie y presentarían las suyas.

Por eso, os animo a ser individualistas y a pronunciar más veces una hermosa palabra: no. Ya sabemos que no conseguiremos nada, pero intentémoslo de todas formas. Como decía Christoph Linchtenberg hace casi tres siglos, “para dar fuerza y coraje a los que nos aprueban y para hacer saber a los otros que no nos han convencido”.

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