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Cuando San Sebastián era la meca del turismo

San Sebastián S. XX

¿Cómo era el turismo en Donostia hace 100 años? ¿Más o menos masivo? ¿Más o menos agobiante? Un paseo por los años dorados de la Belle Epoque.

Los primeros bikinis donostiarras // Kutxateka
¿Cómo era el turismo en Donostia hace 100 años? ¿Más o menos masivo? ¿Más o menos agobiante? Un paseo por los años dorados de la Belle Epoque. La capital de Gipuzkoa como avanzadilla del turismo estatal

Al alcalde que cambió el aspecto de Benidorm, Paco Zaragoza, se le considera un pionero y también un visionario. Su anécdota es épica: agarró su Vespa y viajó hasta El Pardo para convencer al dictador Francisco Franco de que autorizase el uso del bikini en las playas de Benidorm. Eran los años 50. Su heroico gesto logró transformar un pueblito de pescadores en el pack turístico de media Europa. A partir de entonces se empezó a forjar la leyenda de la localidad alicantina como ciudad de vacaciones. Y ahí sigue, como destino turístico del mogollón.

Sin embargo, el turismo de sol y playa no se lo inventó un regidor espabilado de mediados de siglo XX. Benidorm se apuntó al turismo playero con más de 50 años de retraso con respecto a San Sebastián, apunta Lola Horcajo. “El veraneo en el Estado español surgió en Donostia”, recalca esta historiadora y docente, coescritora de una amplia bibliografía sobre la ciudad en los siglos XIX y XX. Y pone encima de la mesa dos fechas clave: 1864 y 1887. La primera marca el año en la que el tren llega a la ciudad por primera vez, lo que suponía que desde Madrid hasta la capital de Gipuzkoa se recortaba la distancia notablemente, con un total de 19 horas por trayecto. La segunda coincide con la construcción del Gran Casino -el actual ayuntamiento-, que, según cuenta Horcajo, “se convirtió en el principal promotor de la actividades culturales y sociales donostiarras”.

María Cristina, en San Sebastián

La reina María Cristina, recién llegada en tren // Kutxateka

Al poco, la Reina María Cristina fija su residencia de verano en la ciudad. Viene con toda la troupe, la corte al completo, y a principios del siglo XX la Belle Epoque brilla con todo su esplendor. Como ocurría en Niza, Biarritz y otras ciudades balneario, las señoras de bien y los caballeros con leontina y bigote encerado pasean por sus calles y avenidas. “Con el traslado de la familia real durante los veranos al palacio de Miramar, el Gran Casino en pleno funcionamiento y la pujanza de los baños, atracciones, espectáculos y cafés, eran los altos cargos del Gobierno, la aristocracia y la alta burguesía española y en parte europea la que veraneaba aquí”, explica el periodista donostiarra Mikel G. Gurpegui, que desde 2003 publica la sección retrospectiva ‘La calle de la Memoria’ en El Diario Vasco. “Y, realmente, veraneaban”, subraya. “No estaban tres días de paso, sino que alquilaban una villa o se instalaban en un hotel y participaban en la vida donostiarra durante un largo mes”, apostilla. “María Cristina pasaba largas temporadas, llegando a sumar una década a lo largo de los 40 años en los que fue reina regente, primero, y reina madre, después”, tercia Horcajo.

1912 es otra fecha que se suele marcar en el calendario donostiarra. “En aquellos años se remataron las viviendas de los paseos del río y el ensanche, se construyó el Paseo Nuevo, se hicieron grandes obras. Llama la atención que solo durante el verano de 1912 coincidieran la inauguración nada menos que del nuevo balneario de La Perla, el hotel María Cristina, el teatro Victoria Eugenia y el funicular de Igueldo”, cuenta Gurpegui. “Es cuando se consolida el veraneo en San Sebastián”, añade Horcajo. La Concha toma el aspecto con la que hoy la conocemos: se ensancha el paseo, se crea el voladizo, se monta la nueva barandilla y gran icono donostiarra…

La playa de La Concha (s. XX)

La Concha, hace un siglo // Kutxateka

La playa de La Concha (s. XX)

Dentro y fuera del balneario // Kutxateka

Un antiguo café de San Sebastián

Los glamourosos cafés de entonces // Kutxateka

Para poder seguir estos años locos con un poco de orden y rigor, la revista San Sebastián recopila en su página de Facebook anécdotas, datos históricos y mucha y valiosa información. Ahora están metidos con lo que pasó hace exactamente 100 años, en 1919. Como chascarrillo, no tiene precio la historia con la que la que La Voz de Guipúzcoa relata las andanzas de un bilbaíno forrado de pasta: “Se nos asegura que un rico bilbaíno ha ofrecido cerca de medio millón de pesetas por una perla perilla que existe en casa de uno de nuestros principales joyeros, sin haber podido conseguirla por el precio que ofrecía. ¿Dónde está la perla? Tal fue la pregunta que nos hicimos al recibir la noticia. Y pacientemente recorrimos todas las joyerías donostiarras hasta que dimos con ella. Se trata, en efecto, de una perla admirable cuyo oriente purísimo y perfección maravillosa saltan a la vista desde el primer momento”.

Antigua joyería de San Sebastián

Una de las muchas joyerías // Kutxateka

La ciudad estaba en ebullición y los turistas (entonces llamados forasteros) campaban a sus anchas. Según las crónicas de la época, la población se multiplicaba espectacularmente en los meses de verano. “En San Sebastián y todo su término municipal, que alberga en la actualidad noventa mil personas, de las cuales son 60.000 indígenas y 30.000 forasteros, todo en números redondos”. Gurpegui da por buenos estos datos y señala que “el impacto de aquella invasión de foráneos” fue en proporción mucho mayor que la que padecemos hoy en día entre surfistas, guiris con chancletas Havaianas y buscadores de pintxos. “Hay que tener en cuenta que la población era de 49.008 habitantes en 1910 y de 61.774 en 1920, y que se calcula que la población flotante podía rondar los 20.000 forasteros e incluso alcanzar los 30.000 en los días más intensos de algún mes de agosto. Tengo la impresión de que entonces los donostiarras no vivieron la avalancha de visitantes como un aumento de su incomodidad, algo que hoy sí nos ocurre, sino como una oportunidad para su trabajo particular y para el desarrollo general de la ciudad”.

La playa de La Concha (s. XX)

El Cantábrico estaba igual de frío // Kutxateka

La historia, ya se sabe, se repite como un molesto grano que se posa sobre nuestra piel. “De hecho, la mayoría de los problemas-retos que tenemos actualmente con el turismo eran muy parecidos en aquella época”, remarca Horcajo. Dos ejemplos claros: la estacionalidad y los apartamentos turísticos. “Entonces se llamaban casas de huéspedes, pero viene a ser un concepto muy parecido. Había cientos y cientos de pisos registrados como tal”, recuerda. Para alargar el verano las pruebas de las regatas pasaron al mes de septiembre y los carnavales se vivían como un auténtico hito. “Competían con los de Niza nada más y nada menos y se vivía el mes de febrero como si fuese agosto. A los carnavales hay que añadirle las pruebas acrobáticas de las pruebas de aviación que se hacían en la bahía”.

San Sebastián a mediados del S. XX

¡A sobrevolar La Concha! // Kutxateka

La edad de oro del turismo donostiarra se mantuvo hasta 1924, coinciden ambos, cuando Primo de Rivera asesta un golpe mortal con la prohibición del juego y el posterior cierre del Casino. Después, el turismo ha tenido sus idas y venidas. “En realidad, la historia del turismo en nuestra ciudad parece una sucesión de crisis”, comenta Gurpegui. “Posteriormente, la Guerra Civil y la primera posguerra supusieron otro duradero palo para el turismo, que se recuperaría en los años 60”.

Franco, por su parte, siguió con la tradición de las élites políticas españolas y veraneó en el Palacio de Aiete entre 1940 y 1975 acompañado de todo su Gobierno. “Según recopiló Javier Sada, durante su vida Francisco Franco pernoctó durante 699 noches en San Sebastián, celebró en el palacio de Aiete nada menos que 28 Consejos de Ministros, presidió la Salve del 14 de agosto en 17 ocasiones e inauguró muchas realizaciones de la época aquí, como por ejemplo las viviendas de Bidebieta-La Paz en 1967”, enumera Gurpegui.

El Conde de Romanones, en Donostia

El Conde de Romanones también veraneaba aquí // Kutxateka

100 años después de la Belle Epoque, Donostia asiste a un nuevo boom. ¿Estamos condenados a convivir con el turismo más o menos masivo? “Es que Donostia es turística por vocación”, responde Horcajo. “Aunque la actual proliferación de visitantes nos agobie por sus efectos negativos (incomodidad para moverse por la Parte Vieja y el Centro, carestía de los precios, peligro de pérdida de ciertas esencias), supongo que no habrá otra que aceptarla, regular lo que se pueda y aprovechar lo que tenga de positivo. O esperar a la siguiente crisis, claro”, culmina Gurpegui.

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