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Vuelvo al Monte Igueldo más de 25 años después

Parque de atracciones de Igeldo

Nostalgia a borbotones, vistas de infarto y la eterna Montaña Suiza. Una tarde en un parque de atracciones único.

Donostia, desde la montaña suiza de Igueldo // Marta Ennes
Nostalgia a borbotones, vistas de infarto y la eterna Montaña Suiza. Una tarde en un parque de atracciones único

Para entender la infancia de un niño guipuzcoano hay que saber que existen dos aspectos fundamentales en su vida: la Real Sociedad y el Monte Igueldo. Así era al menos a finales de los años 80 en Gipuzkoa. Llevábamos la camiseta de la Real a todas partes y en verano le dábamos la pelmada a nuestros padres para que nos llevasen al parque de atracciones. Una cosa y la otra no estaban reñidas: el curso escolar lo pasábamos atentos a la Liga, pero para cuando empezaban las vacaciones la temporada de la Real ya había terminado. El plan estrella era subir a Igeldo (sin «u» en euskera). Cuántas más veces, mejor.

Fui un niño con suerte. Como en mi familia somos muchos primos, la plastada por ir a Igueldo se multiplicaba por mil y acabábamos yendo unas tres o cuatro veces en un mismo verano.

Parque de atracciones de Igeldo

¿O es una máquina del tiempo? // Marta Ennes

De todo esto hace más de 25 años.

En septiembre de 2012 se celebró en el Monte Igueldo un festival de música indie. Fue la primera edición del Kutxa Kultur Festibala. Querían revitalizar el parque, acercarlo a otro tipo de público. Desgraciadamente, el año pasado se mudó al hipódromo de Lasarte. Y ya ni siquiera se llama así.

Toca volver. Regreso a Igueldo con los ojos de un niño de 37 años.

Monte Igueldo

¡Vamos! // Marta Ennes

ALWAYS COCA-COLA

En 1912 se construyó el funicular que, al parecer, se utilizaba para ir al casino y al salón de baile ubicados en la cima. Eran los tiempos de la Belle-Epoque, los años dorados de San Sebastián. Circula sobre unos raíles de madera y conserva intacto su sabor original, como si hubiéramos retrocedido 100 años en el tiempo. Casi al final de su destino se cruza con otro funicular que baja en dirección contraria. Las vías se bifurcan. Es el momento más emocionante del trayecto: por un momento se tiene la duda (infundada, que nadie se lleve las manos a la cabeza) de si llegarán a chocarse. De ser así no pasaría absolutamente nada, porque no debemos superar los 10 kilómetros hora.

Funicular al Monte Igueldo

A mitad de camino // Marta Ennes

Pero lo que más me llama la atención ocurre nada más llegar. Enseguida me doy cuenta de que el enorme cartel vintage de Coca-Cola de la estación del funicular no era un hecho aislado. La imagen del gigante de bebidas se cuela por casi todos los rincones del recinto, también en los uniformes rojos de los empleados. Si descontamos las camisetas con el dichoso logo de Levis, Coca-Cola es el amo del Monte Igueldo.

Monte Igeldo

El mundo a nuestros pies // Marta Ennes

¡OOOH, QUÉ VISTAS!

En la propia web del parque, el primer anzuelo que lanzan es el de la conocida foto de la ciudad con la bahía de la Concha brillando como la diosa Afrodita. “La mejor vista de Donostia-San Sebastián”, se puede leer. Los niños han venido a montarse en las atracciones (unas 20 en total), pero sus padres están aquí para admirar la majestuosidad del paisaje. Faltan 10 minutos para las 8 de la tarde. El sol reduce su intensidad y se dirige irremediablemente al fondo del mar.

Monte Igeldo

Desde Igueldo, el marco es aún más incomparable // Marta Ennes

Los turistas sacan sus móviles en busca de la instantánea perfecta. En realidad, el espectáculo más sugerente no es el de la clásica postal donostiarra, sino el que se produce de espaldas al parque. Subiendo unos escalones, a la altura de la atracción del Gran Laberinto, hay varios bancos donde poder sentarse y ver con detenimiento el espectáculo. El mar, diáfano y en paz consigo mismo, parece expandirse hasta el infinito.

Parque de atracciones de Igueldo

¿No has estado en un laberinto…? ¡No sabes lo que te pierdes! // Marta Ennes

El Río Misterioso no ha perdido ni un gramo de encanto. Un molino de agua verde empuja a las barquitas por un angosto riachuelo y se desliza suavemente por el agua. La panorámica es espectacular.

Los padres contemporizan, los niños van a lo suyo. Salen pitando en busca de diversión.

Monte Igeldo

El arte de chocar // Marta Ennes

NO HAY PONIS Y EL TIRO NO ES EL TIRO

Aunque las atracciones de toda la vida siguen ahí (el tobogán, las camas elásticas, los autos de choque, el Kosmikar), el parque luce un aspecto ligeramente renovado. Se ha preservado su estética, entre kitsch y añeja, pero una serie de nuevos elementos han modificado esta parte central. Las casetas de feria se han transformado, hay un bar con pintxos, un trenecito custodiado por gnomos, en el tramo donde iban y venían los ponis han colocado dos bonitos carruseles

Parque de atracciones de Igueldo

Retrofuturismo donostiarra // Marta Ennes

Antes olía a caballo, pero no era molesto. Nos parecía normal. Se formaba una estampa bastante insólita teñida de melancolía: mientras los mayores jugábamos al tiro, los más pequeños se subían al lomo de un poni cabizbajo. Iban agarrados de la mano de un adulto y recorrían el trayecto con la ayuda de su dueño.

Parque de atracciones de Igueldo

Lo nuevo también parece viejo // Marta Ennes

El tiro. Qué bajón. Ya no existe tal y como lo conocimos. Unas bolitas tapaban unos agujeros sobre las capitales de provincia de un mapa de España de colorines. Las fronteras estaban hechas de aquella manera: recuerdo que Aragón se comía a Catalunya y que Madrid arañaba a Portugal. Andalucía era tan grande que parecía Al-Andalus en los tiempos del califato Omeya. Había que disparar con una escopeta de falsos perdigones a las ciudades que te caían mal. Ese era nuestro juego. Mucho más divertido así.

El mapa de España sui generis y agujereado se ha metamorfoseado en uno de corte folclórico y bastante estándar. Cada Comunidad contiene una imagen típica de la región. No se puede disparar al nuevo mapa. Lo tienen a modo de recuerdo o por una cuestión decorativa.

Parque de atracciones de Igueldo (San Sebastián)

¡Siempre toca! // Marta Ennes

BEST OF 2018

No recuerdo que los feriantes fueran especialmente simpáticos. Parecía que dejaban el tiempo pasar y nos recitaban el funcionamiento de la atracción como autómatas presentadores de informativos. Todos eran mayores. Lo siguen siendo, en general. Algunos tienen el viejo chip del siglo XX metido en el cerebro y no permiten sacar fotografías a algunas de sus ferias. Están quemados, malhumorados. Una pena. La magia del lugar se evapora con estos encuentros desagradables.

Pregunto si el Scalextric es el mismo que había conocido de niño en un espacio cubierto que ya no existe. Me responden, esta vez amablemente, que sí. Es enorme y tiene forma de 8. Los coches son preciosos, de coleccionista vintage. Juego una partida con una familia numerosa de Bilbao. Cuesta 2 euros, como casi todo lo que hay por aquí. El padre no se entera bien de cómo se gira el volante y tenemos que volver a empezar. Su hijo pequeño queda primero. Yo logro un meritorio segundo puesto. El Scalextric me parece igual de guay que en 1989.

Parque de atracciones de Igeldo

Una pena que los coches no sean Seat 600 // Marta Ennes

Algo que no había en mi época y que me vuelve loco es la carrera de tortugas. El mecanismo de juego es calcado al de los típicos camellos, solo que estos animalitos verdosos resultan mucho más simpáticos. Dependiendo de dónde caiga la bola avanzan más o menos. En lugar de un locutor dicharachero, una narradora sintetiza la carrera lo máximo posible. Su voz suena plana, monocorde: “El 5, primero. El 4, cerca. 5, 4. 5, 4. 5, 4. Cincooo…. El cinco gana”.

Parque de atracciones de San Sebastián

Apostaría por Lupita // Marta Ennes

LA MONTAÑA NEUTRAL

Las cuatro atracciones más emblemáticas del parque son: el Río Misterioso, las barcas del estanque, el laberinto y, la joya de la corona, la Montaña Suiza. Como ocurría con los antiguos ferrocarriles, un brakeman o guardafrenos viaja entre los dos coches para controlar su velocidad. La vía discurre por una serie de depresiones hechas en el propio monte. Según Wikipedia, “es la montaña rusa de acero más antigua del mundo”.

Hay una norma no escrita en Igueldo: se debe subir a la Montaña Suiza al menos una vez. Cita obligada. De críos nos contaban que se llamaba suiza y no rusa por decisión de Franco, que “fue un dictador al que no le gustaban los rusos”.

-¿Y por qué Suiza y no Francia?
-Porque era un país neutral.

No sabíamos qué quería decir neutral, pero nos daba igual.

Parque de atracciones de Igueldo

¡Viva Suiza! // Marta Ennes

Salvando al mítico conductor gordinflón, nada ha cambiado en la Montaña Suiza. Cada viaje vale 2,5 euros. Me subo. Lo recuerdo tal y como era: un inicio suave, la calma tensa durante la curva, las vistas de infarto y un final abrupto en el que resulta imposible no gritar.

Monte Igeldo

El día se acaba, la infancia sigue // Marta Ennes

Bajo y echo un último vistazo al parque. Ser niño sigue teniendo mucho que ver con todo esto. O eso me gustaría pensar. Tengo que hacer una cosa que me aleje definitivamente del mundo infantil y me devuelve a la cotidianidad: tomar una cerveza. La mejor opción consiste en atravesar a pie un pequeño túnel y entrar al hotel Monte Igueldo.

Parque de atracciones de Igueldo

Igueldo… ¡Volveremos! // Marta Ennes

Aunque se renovó recientemente, su cafetería conserva un atractivo aroma 70s y está flanqueado por una impresionante cristalera. Son las nueve y cuarto y el sol está a punto de estrellarse contra el mar.

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