BIFM
Ainara LeGardon

Juntas gente y pasan cosas

El resumen de un verano intenso en el que un libro de Martxel Mariskal ha funcionado como hilo conductor entre el ruido y el silencio, lo que ha sido y lo que vendrá, lo que genera el contacto entre personas y sus sensibilidades

El resumen de un verano intenso en el que un libro de Martxel Mariskal ha funcionado como hilo conductor entre el ruido y el silencio, lo que ha sido y lo que vendrá, lo que genera el contacto entre personas y sus sensibilidades. Por Ainara LeGardon

 

Durante los dos últimos meses he viajado con una maleta de un lado a otro. Me ha acompañado la primera novela de Martxel Mariskal, “Me llamo Ezequiel y así será siempre”, que he leído a trompicones en trenes, andenes y al menos doce colchones distintos con sus doce almohadas correspondientes. 395 páginas que he saboreado a intervalos irregulares. Otros asuntos han complementado su lectura durante este tiempo y han servido para reafirmarme en varias de mis creencias:

“Juntas gente y pasan cosas” era el lema de las jornadas AMMMRB#3, también conocidas irónicamente como “Musika Radiklal Brasca” o “Entuertos de Pamplina”, celebradas en Arteleku (Donosti) durante la primera semana de agosto. Uno de los objetivos era crear un foro en el que se pudieran generar situaciones de debate, discusión y cuestionamiento sobre el trabajo, las ideas y proyectos que varios creadores realizamos en torno a lo sonoro. En esos mismos días se celebró también el Campeonato Internacional de Improvisación. Y efectivamente, se juntó gente y pasaron cosas: conciertos, charlas, tertulias, proyecciones, un paseo sensorial, la elaboración de un fanzine, desayunos, comidas, cenas, copas, puros y nuevos y emocionantes proyectos que realizar.

Durante la última noche de estos encuentros recordé un extracto del libro de Martxel que pone en boca de su protagonista, Eze, algo importante: “El contacto entre las personas puede llegar a ser en ocasiones similar a la relación de ciertas personas con la música: algo muy sutil, algo precioso, algo que invita a llorar en silencio y a reír a carcajadas en el rostro del mundo”.

Hacía unas semanas había formado parte de cartel de The Lemon Day -un pequeño festival fuera de lo común, autofinanciado y llevado a cabo con mimo- junto a Lisabö, Aina, Betunizer, Senior i el Cor Brutal y Marina Gallardo. Entre el público y en el backstage, otros muchos amigos. Casi todos coincidimos en que este festival supuso un momento clave para nosotros, que la música que surgió de su escenario alcanzó momentos mágicos y que la relación entre los que a él nos subimos y el público fue, como poco, especial.

Durante las siguientes semanas he recorrido Euskadi, visitando a amigos con los que he hecho música y, como diría Eze, con los que he llorado en silencio y reído a carcajadas en el rostro del mundo: Lisabö, Same Old, Napoka Band, Mursego, Hannot Mintegia… He disfrutado de las comidas caseras y participado en una instalación sonora en Club Le Larraskito cantando a través de un ventanal que da a la calle donde crecí, y Miguel A. García me ha hecho pegar unos gritos para lo nuevo de Mubles.

Y, de nuevo, Eze: “La auténtica creación que surge de la necesidad vital, la expresión provocada por los sentimientos verdaderos, no sabe de fechas, de modas, sólo sabe de almas, de sensibilidades, de sed humana”.

Mientras tanto, en Madrid, Miguel Gil Tertre (Strand) reunía en las instalaciones de Matadero a Javier Díez-Ena (Dead Capo, Ginferno) y Mario Zamora (Lüger) para improvisar, pasarlo muy bien y de paso grabar su single “Cajas sin ahorros”, firmado como Strand & The Banksters y que publicará el sello Lovemonk este otoño.

Same Old, en Vitoria, retomaban su actividad tras dos años desde la disolución de la banda. Tuve el placer de asistir a uno de sus ensayos, y entre sudor y risas me hablaron de sus planes de grabación de cara a octubre en el estudio de Juan Blas (Nothink). Me explicaron que sienten la necesidad de registrar sus últimas canciones por puro placer, sin otra pretensión que la de dejar constancia del trabajo del grupo durante los últimos años. No tienen discográfica, ni falta que les hace. Tienen todo lo que hay que tener.

En Tolosa, Willis Drummond ultimaban la grabación de lo que será su nuevo disco, con Karlos Osinaga tras la mesa de mezclas y Rafa informándome puntualmente de los amplis que echaban humo.

Gente que se junta, cosas que pasan.

El sábado ya es septiembre, y lo que se avecina en los próximos meses tiene muy buena pinta:

Del 7 al 15 se celebrará la 13ª edición del Festival de Otras Músicas Ertz y la segunda edición de las jornadas dedicadas a la escucha Hirugarren Belarria; Julio de la Rosa prepara “Pequeños trastornos sin importancia” –un trabajo enteramente basado en relaciones de amor tóxicas-; MobyDick se pasó todo julio enmaquetando sus tremendas nuevas canciones en su pequeño estudio y ensaya con la banda para grabar este otoño; Oskar Benas y Los Vampiros del Ritmo han conseguido a través de crowdfunding la financiación necesaria para la edición de “Vida Vierte Muda Muerte”…

Proyectos todos ellos que saben mucho de almas y de sensibilidades.

El sábado ya es septiembre. Y éste ha sido el verano en el que me he juntado con gente y han pasado cosas, en el que he dedicado mi canto y mi silencio a la incertidumbre y a las preguntas sin respuesta, a la bonita sensación de no saber dónde se estará al día siguiente, y a los buenos amigos y la buena música que ayudan a aligerar los pasos.

¡Ah! Y a Martxel Mariskal, con quien me encontré en Irún y a quien pude agradecer personalmente pensamientos tan bonitos como que “la vida y el amor deberían sonar como el saxo de John Lurie”.

Madrid, 30 agosto de 2012

Arriba