Crónica y fotos de su concierto en Bizkaia Arena / Bilbao Exhibition Center de Barakaldo (Bizkaia), donde la artista catalana llenó a pesar de ser miércoles y los elevados precios de las entradas. Una mujer que, ahora mismo, puede permitirse el lujo de hacer lo que le venga en gana, cual líder suprema de las «Motomami»
«Para gustos, los colores». Esa frase, tan trillada y utilizada como comodín para salir de más de un atolladero estético-artístico ha sido una de las más escuchadas y leídas estas últimas semanas, tanto en los corrillos humanos como en los foros cibernéticos. Y, tan «random» como parece, no te creas, porque ha sido una de las más razonables y conciliadoras.
En esta sociedad de blancos y negros, de conmigo o contra mí, de likes y zascas, no hay mucho hueco para el acercamiento de posturas, el entendimiento, la empatía. Nadie quiere escuchar, tan solo se quiere llevar la razón. Siempre. Sobre cualquier tema. Aunque, en muchos casos, nuestro conocimiento del mismo sea más escaso que las reservas de Dom Pérignon en un McDonalds.
Ni Rosalía es la salvadora de la música contemporánea o la mejor artista del planeta, ni es una simple cantante de éxito, como tantas otras. Y aquí, pues ni hay que dejarse llevar por el fanatismo exacerbado (todos tenemos nuestros ídolos intocables), ni por el haterismo sin base (aunque pienses que sí, José Ramón), porque igual de infantil es una cosa que la otra.
Así que si no estuviste en el concierto de ayer en el BEC, lo primero (de cajón), es que no puedes opinar de él. Si no te interesaba, vale, pero déjalo ahí y ya está, porque, digas lo que digas, seguramente te falte información, aunque tu criterio vaya a misa (que sí, Joserra, que sí).
Y lanzo una pregunta: ¿Dónde estabais todos y todas los que ahora os rasgáis las vestiduras cuando la Rosalía actuó en Azkuna Zentroa en 2017 por 15 euritos? En BI FM tuvimos cuñas de radio, banner en la web, sorteo en redes… pero, ah, que te enteras 5 años después. Vale. Pero es que ahora «no lleva músicos» y «hace reguetón». Ya. Y, entonces, ¿qué es lo que pasaba, que no fuiste? ¿Cuál era la excusa? Tampoco diste tu opinión al respecto en Facebook ni Twitter… solo que ahora, por una extraña razón, sientes que has de darla. Como haces con la guerra de Ucrania, la inmigración o las vacunas. Como para no hacerlo con una simple cantante de pop… que ahora es famosa y te sobrepasa. Ya.
Tras aquel concierto de la Alhóndiga (y otro más en Leioa, en compañía de Raül Refree) en 2017 y su paso por Kobetamendi como una de las cabezas de cartel de Bilbao BBK Live 2019, esta era, si las cuentas no nos fallan, la cuarta visita de la catalana a tierras vizcaínas, convertida ya en una artista de renombre internacional (las Kardashian son sus amiguis y Obama acaba de incluirla en su más reciente playlist de Spotify), como así atestiguaban los 80 euros que costaban las entradas de pista (o los 40 de las camisetas y gorras). Fucking money, man.
Tras varias ciudades andaluzas, Valencia y sendos dobletes en Madrid y Barcelona, Bilbao era la siguiente fecha en la agenda del «Motomami World Tour» antes de recalar en A Coruña y Palma, volver a cruzar el Atlántico para recorrerse América de Sur a Norte y regresar a Europa e, igualmente, darse un buen garbeo por el continente.
Ayer, más de 10.000 personas convirtieron el Bizkaia Arena en un eufórico karaoke que hacía difícil por momentos distinguir la voz de la cantante, compositora, productora y multiinstrumentista, mucho más que una vocalista… aunque su chorro de soprano sea uno de sus grandes atributos, que no el único (si no, sería una Malú más de la vida).
Acompañada únicamente de 8 bailarines masculinos y de un operador de cámara, el espectáculo es minimalista en el sentido de que no hay músicos en escena (aunque ella toca la guitarra y el piano en un par de temas) ni grandes proyecciones, si bien dos pantallas laterales y una central, verticales, ofrecen una cuidada retransmisión en directo con estética de reel y mucho plano subjetivo.
Abriendo con «Saoko», siguiendo con «Candy» y completando el arranque con «Bizcochito», tres de los temas más exitosos de su tercer LP (mucho menos comercial y bastante más enrevesado de lo que estima aquel que no lo ha escuchado en profundidad), el comienzo es avasallador, apoyado en esas miles de gargantas enfervorecidas que secundan cada frase, coro, coletilla o tic. Después, llega la más reposada «La fama», aquí, claro, sin The Weeknd (tampoco enlatado -se agradece-), así como «Dolerme», su single de 2020, para el que empuña una guitarra que simula necesitar ser afinada en profundidad (suponemos, por aquello de darle el toque orgánico a un show tan milimétricamente estudiado y sin espacio para los fallos instrumentales).
A partir de ahí, un repaso extenso a «Motomami», salpicado de algunos rescates previos (la brutal y flamenca «De plata» de su debut, con infinito vestido de cola; las «Malamente» y «Pienso en tu mirá» de su aclamado «El mal querer») y algún tema nuevo («Aislamiento», «Despechá» -¿la canción del verano?-) más versiones y colaboraciones como «Linda» (que hizo con Tokischa), «Blinding Lights» (única en inglés, grabada junto al ya nombrado The Weeknd) o ese highlight llamado «Con altura» (originalmente, con J Balvin –quien la hizo bastante peor en el reciente BBK Live-) o la sorprendente «Perdóname» (de las panameñas La Factoría), sin olvidar «La noche de anoche» (de Bad Bunny), en la que baja al foso… ¡y cede el micrófono a las primeras filas! (Si eso no es «conectar con el público»…).
Un repertorio alejado de todo lo previo, pero con guiños, y completado con una traca final integrada por «Chicken Teriyaki», «Sakura» y «CUUUUuuuuuute», otros tres cortes de ese «Motomami» en el que Rosalía decidió seguir arriesgando, soltarse la melena y demostrar que estaba en un punto completamente distinto al de «El mal querer», ese disco conceptual firmado a medias con El Guincho y un Antón Álvarez (C. Tangana), tan injustamente denostado por la «Intelligentsia rock» como la propia Rosalía.
Él lo reventó en este mismo escenario unos meses atrás con un espectáculo a-lu-ci-nan-te (que sí, José Ramón, que ni te lo imaginas), ideado como una brutal parranda coral entre amigos, con un montón de músicos y cantantes invitados… mientras que ella se lo guisa y se lo come prácticamente sola… como la reinona que es.
Porque, ahora mismo, Rosalía puede hacer lo que le venga en gana.
PUEDE.
Porque ella es una Motomami.
Y tú no, joder, Jose Ramón, ubícate.
Una gira que sitúa a la artista en un nuevo estadio, no necesariamente superior pero sí diferente y que, por inercia, nos lleva a preguntarnos si las actuales estrellas del pop han de facturar expresamente pop (o bien pueden fusionar flamenco, trap, reggaeton, bachata, salsa, electrónica)… y si han de preocuparse, como siempre, por llevar una banda solvente… o si eso queda para el estudio mientras el directo es más un show dinámico donde las coreografías ocupan el lugar de los solos de guitarra y donde los montajes de vídeo son tan esenciales como antes lo eran las máquinas de humo o los juegos de luces.