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El muro de Bilbao (pt. 2): “Estuve cuatro días en un ferri, sin comer ni beber”

Arben, uno de los albaneses que sí logró colarse en un barco a Inglaterra, fue interceptado y enviado de vuelta. Pero ha decidido quedarse aquí. Por amor.

Arben, en el puerto de Santurtzi // BI FM
Aunque Arben es uno de los albaneses que sí logro colarse en un barco a Inglaterra, fue interceptado en destino tras vivir una agónica travesía. Enviado de vuelta, ya no lo volverá a intentar: emparejado con una santurtziarra, ha decidido quedarse entre nosotros.

Cuando Arben X. (nombre ficticio) llegó a Santurtzi se estaba construyendo el muro. «El Muro de Bilbao» como lo llamamos en esta serie de entrevistas sobre la situación de los migrantes (albaneses, mayoritariamente) que aguardan en las inmediaciones del Puerto de Bilbao para colarse en los buques que viajan a Inglaterra. Él es uno de ellos. O, bueno, era uno de ellos. Pero vayamos por partes.

«El 9 de noviembre de 2017», me responde con seguridad cuando le pregunto si recuerda el día en el que llegó a El Abra (la desembocadura de la Ría de Bilbao). Su castellano no es perfecto, pero se explica con soltura. Sentados en una cafetería junto a la estación de Cercanías, no puede esconder cierta inquietud. Mira de reojo, nervioso, cada vez que alguien entra o sale del local. A fin de cuentas, no hace tanto que no era bienvenido en establecimientos como este.

Él y sus compañeros venían «para cargar el móvil», me comenta, pero, según relata, los hosteleros acabaron por quitar los enchufes y no dejarlos entrar. «Decían que los albaneses hacen cosas malas», cuenta con pesadumbre. Al final, terminaron por ir a bares de Zierbena.

Ahí, en la vecina localidad costera, es donde la mayor parte de las «personas en tránsito» que sueñan con llegar como polizones al Reino Unido establecen sus acampadas, en plural, dada la dificultad de mantener una tienda de campaña clavada al suelo durante un tiempo prolongado. «La Policía viene y quita las tiendas», confirma el joven, de solo 25 años, pero que lleva desde los 19 fuera de casa. A él se la levantaron «como 10 veces», hasta que la colocó en un sitio «de difícil acceso». Estaba en «muy mal lugar», pero era mejor eso que exponerse «a ser detenido».

Albaneses, en una tienda de campaña frente al Puerto de Bilbao

Albaneses, en una tienda de campaña frente al Puerto de Bilbao // BI FM

Su periplo arrancó en Francia en 2013, donde estuvo tres años (sobre)viviendo, antes de poner todo su empeño en llegar al otro lado del Canal de la Mancha. «Aquello no era vida», me asegura con una mirada que hace que, de un plumazo, cualquier problema personal resulte insignificante. «En Francia tratan muy mal a los albaneses», ahonda, asegurando que «también en Alemania». Sería el país teutón el elegido a continuación para intentar dar el salto, dada la dificultad de hacerlo desde territorio galo, muy vigilado, especialmente desde el desmantelamiento de la «Jungla de Calais», en 2016. De Alemania bajó a Holanda, regresó a Alemania, de ahí a Bélgica… y, cuatro meses después de no tener opción alguna, llegó a Bizkaia.

Según cuenta, en Hamburgo había conocido a una chica que le dijo que desde aquí habían conseguido pasar varios familiares suyos, que era «fácil». Aquella revelación resultaría determinante (e «ilusionante») tras meses y años de frustración. Así que Arben vino, como ya lo habían hecho muchos antes que él, movidos por esa presunta accesibilidad de las instalaciones bilbaínas. Y algo de verdad tenía que haber, pues se había ordenado levantar el citado muro, de hormigón y cuatro metros de altura. Cuando él avistó el Puerto de Bilbao por vez primera, «solo había construida una parte, al lado de la puerta», recuerda, ya que lo terminaron «para diciembre».

Sin muro y con muro, en total fueron «seis meses» los que estuvo nuestro protagonista intentando acceder a la dársena, a un camión, a un barco, a Portsmouth. De las «incontables» ocasiones en las que trató de colarse -«de 7 a 10 veces por noche, todos los días que había ferri»-, solo una lo consiguió. Ni él mismo «confiaba» en que así fuera, lo que, a la postre, sería determinante para que el plan no llegara a buen puerto (valga la redundancia).

Arben saltó el muro en compañía de otra persona, de un menor de edad. Según sus consideraciones, es «más difícil» cuando se intenta en pareja, al menos, si lo que se pretende es que ambos individuos logren el objetivo. «Es cuestión de un minuto. Es posible que uno consiga colarse, pero el otro no», garantiza, incidiendo en el esfuerzo físico de «ir y venir, saltar, escapar y volver a intentarlo». Además, la Policía va en coche, una ventaja evidente a la hora de dar alcance a los precarios fugitivos. «Es muy difícil escaparse, muy complicado que salga bien», asegura con una media sonrisa, sabedor de que estuvo muy cerca de lograr la proeza.

Albaneses en ferry a Inglaterra

Arben y su compañero, en el ferry a Inglaterra // BI FM

El viaje duró cuatro días, uno más de lo habitual, debido a que hacía «muy mal tiempo». Encerrados en el remolque de un tráiler, pasaron todo ese periplo «sin comer ni beber», ya que no habían llevado consigo ningún alimento. Una falta de previsión evidente, pero perfectamente entendible cuando te va la vida en ello, aunque parezca paradójico. Solo pensaban en «entrar en un barco». El resto era secundario. Y, como decíamos, ni siquiera ellos pensaban que fueran a conseguirlo. Algo que, por otro lado, tampoco iba a ser impedimento para continuar intentándolo.

Llegaron a Gran Bretaña. Y los pillaron. Tenían «tan pocas fuerzas», que no podían «ni correr». Detenidos ambos, el menor de edad fue «acogido por un familiar», mientras que Arben durmió 6 días en la cárcel. La mala suerte se cebó con él en forma de vacaciones de Navidad, las mismas que, se supone, llenan de júbilo los hogares europeos pero también liberan de sus obligaciones laborales a miles de funcionarios. Era 24 de diciembre, así que pasó la Nochebuena en «tierra prometida», aunque tras unos barrotes. El 30 de diciembre lo metieron en un trasbordador de regreso a suelo español, pero a Santander. Él y otro expulsado llegaron a la capital cántabra a las 22:30 horas. Ya no había autobús a Bilbao. Tuvieron que dormir en la calle para poder coger, por la mañana, el primer Alsa que hubiera. En total, pasó nueve días lejos de territorio vizcaíno. «Y vuelta a empezar», rememora con resignación.

Arben continuó probando fortuna, pero nunca más conseguiría penetrar el perímetro portuario. Siguió acampado, buscando lugares cada vez más recónditos para no ser detectado por las Autoridades. Como albanés, son tres los meses en los que se puede permanecer dentro del espacio Schengen, con visado de turista. Más allá de eso, «si te cogen saltando, te mandan a tu país». Lo dice un europeo que no responde al modelo arquetípico de «inmigrante»: es rubio y de ojos claros. Hoy, bien vestido y sin la compañía de sus colegas, nadie lo echaría de ninguna cafetería.

Arben, inmigrante albanés en Santurtzi

Arben, en Santurtzi // BI FM

Le pregunto cómo es el día a día de sus compatriotas aquí, toda vez que la mayoría no logra saltar el muro, por lo que jamás llegan a Inglaterra (donde, no olvidemos, tienen ocupación asegurada gracias a la gran colonia de albaneses que, sobre todo, trabaja -sin contrato- en la construcción). La respuesta se resume en que no tienen «nada que hacer», así que, básicamente, hacen tiempo hasta el próximo intento. Hay quien los tacha de «vagos», pero nada más lejos de la realidad: su sueño es «poder trabajar». Pero, ¿tan mal está la cosa en Albania?

«Hay gente que vive bien, mal y regular, hay de todo», comenta, certificando que el suyo es un país «regido por la corrupción». Según su relato, «si tienes dinero, contactos o alguna conexión política», puedes estar allí, pero, si no, es «imposible». Todos los jóvenes de su edad parecen querer marcharse. Y no solo ellos: acaba de llegar a Zierbena un hombre de 52 años. «Incluso gente con carreras universitarias» vaga por Europa, buscando el sueño británico. «En Albania, como mucho, encuentran trabajo de camareros, cobrando 120 euros al mes», asevera nuestro entrevistado. «¡Y se trabaja todos los días, de lunes a domingo!». Le traslado mi sorpresa… y lo redondea: «No hay días libres, no se permiten las bajas».

Dada la tesitura, las familias anhelan que algún miembro pueda viajar al extranjero y mandar dinero. En el caso de Arben, trabajando dos hermanos y ambos padres, «solo llegaba para comer y pagar la luz y el agua». Por eso, en hogares en los que, además, hay que sufragar un alquiler, la situación resulta insostenible. En su casa no conseguían reunir «ni 800 euros» mensuales.

Migrantes en el Puerto de Bilbao

Migrantes albaneses en el Puerto de Bilbao // Zierbena Sarea

Pero, claro, una cosa es que tus padres vean bien que emigres buscando un futuro mejor… y otra, que estén dispuestos a dejar que sus hijos pasen frío, hambre, salten muros, huyan de la policía, pasen días en remolques de camiones o, peor, en sus bajos o motores. «No, no saben que estamos aquí en tiendas de campaña y pasándolo mal«, me confiesa, con un gesto mitad pícaro, mitad avergonzado. «No podemos decirlo», asegura, ya que está seguro de que las familias «obligarían a todos a volver a Albania», cosa que ninguno quiere hacer. Así, todo el mundo (hablamos de chavales de poco más de 20 años de media) se calla las condiciones en las que viven. Las familias saben que están «esperando», pero piensan que se encuentra alojados «en casas, en mejores circunstancias». De ahí que, una vez cargados los móviles, manden fotos y vídeos bajo techo, desde una cafetería.

Los albaneses se cubren unos a otros. Están juntos en esto. También a la hora de dar el salto. «Uno abre el camión, otro entra, y así», me detalla, aunque también hay «gente nueva» que no conoce a nadie o que va a la desesperada y hace lo primero que puede. Arben recuerda casos como el de «dos que se metieron en el motor de una caravana y sufrieron graves quemaduras»… o el de «otros tres que quedaron atrapados en una tubería», teniendo que ser rescatados y pasando uno de ellos «una semana en coma». Su familia no conocía el contexto. «Su hijo se fue a trabajar a Londres… y casi se muere en una alcantarilla en Bilbao«, reflexiona mientras apura un Kas de naranja.

Evidentemente, a nadie le gusta pasarlo mal, así de mal, por lo que no cuesta entender el nivel de pobreza y el oscuro panorama al que han tenido que enfrentarse en origen estos muchachos. Y que sigan intentándolo. Que no arrojen la toalla. Arben, incluso tuvo que enfrentarse a la mayor nevada desde 1985. Fue en febrero de 2018. «Vinieron a nuestras tiendas de campaña a las 6 de la mañana para ver si estábamos vivos», rememora frotándose las manos. La nieve apenas dejaba ver sus paupérrimos refugios, pero ellos seguían intentando entrar en el Puerto. «Y, claro, te mojas y no tienes una casa donde poder calentarte y secar la ropa», recuerda con angustia. «Así que pasamos mucho frío… pero era secarse un poco… y otra vez a intentarlo».

Puerto de Bilbao. tiendas de campaña

La nieve cubrió sus tiendas // BI FM

No caen en el desánimo, por mucho que cada vez sea más difícil. «En los últimos dos meses no lo ha conseguido nadie», asevera, sabedor de cómo andan las cosas entre Zierbena y Santurtzi, aunque él ya no recorra esa carretera todos los días para comprar algo de comida en la localidad famosa por sus sardinas asadas. ¿La razón? Que ya no intenta colarse en ningún ferri.

Después de su agónico viaje a Inglaterra, de volver de Santander y de agotar los tres meses de visado, Arben empezó a sentirse realmente amenazado. Cualquier intento fallido podría acabar con él en un CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros) y, peor aún, con su retorno forzado a Albania, de donde tardaría bastante en poder salir. Durante su estancia en Francia, ya fue recluido en uno. Escapó… y todo lo demás te lo estamos contando ahora.

Dada su situación, fue acogido por una integrante de Ongi Etorri Errefuxiatuak (plataforma ciudadana para la «sensibilización sobre el drama de las personas refugiadas», según su propia definición)» y empezó «a trabajar pintando casas», para más tarde hacer sus pinitos «en temas de fontanería». Entre una cosa y otra, Arben fue encontrando su sitio, «haciendo muchos amigos» y, sí, también forjando una bonita relación sentimental. «Se lo debo todo a ella; ella me ayudó en todo y yo quiero poder ayudarla a ella», nos dice sonriente. Es la primera vez que vemos brillo en sus ojos. Y llevamos una hora de charla.

Hora de llamar a casa // BI FM

Es difícil no empatizar con Arben y no alegrarse de que, por fin, empiecen a irle bien las cosas. «Gracias», me dice, al tiempo que pretende ser él quien pague las consumiciones. «Déjalo, paga la empresa», le traslado, para que no se apure. Pero he de preguntarle por las «mafias», no queda otra. «Eso es mentira», asegura tajante cuando pongo sobre la mesa el asunto, tan esgrimido por los detractores de los movimientos migratorios. Él asegura no haber conocido «a nadie de ninguna mafia»… y menos en Bizkaia. «Toda la gente alrededor de nosotros duerme en tiendas de campaña, nadie de la mafia vive así», alega con una lógica aplastante. ¿Y en Inglaterra? «Si llegas a Londres es tu tío, tu primo o un amigo quien te ayuda».

Con todo, los recelos de la gente del País Vasco no parecen ser tantos, a pesar de «cada vez que pasa algo en Zierbena, por ejemplo, automáticamente se le echa la culpa a los albaneses», asegura. Pero no, no hay reproches. «Aquí es donde mejor me han tratado», concluye. ¿Y la Policía? «En general, bien», responde, a pesar de «alguna que otra historia de golpes, patadas…» y que «uno sacó una vez la pistola», narra con cara de susto, pero reconociendo que «ellos hacen su trabajo» y que «hay que respetarlos».

-Arben, ¿te ves alcanzando aquí tus sueños?

-Mi sueño es trabajar. Tener un trabajo estable, siete días a la semana. Poder fundar una familia. Y no tener que huir nunca más.

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