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Aburrity #6 (Modernos, me tenéis burnout con el inglés)

Con la seguridad de no cometer una overpromise, y sin aspiración alguna de ser un influencer, call to action para esta reflexión. Fuck you, English.

A ver esos highlights...
Con la seguridad de no cometer una overpromise, y sin aspiración alguna de ser un influencer, te hago un call to action y te recomiendo esta reflexión acerca de la intolerable intromisión del inglés en nuestro day to day. Sexta entrega de «Palabro de honor». Fuck you, English.

«Hello! My name is Francis Matthews«. Así comenzaba en los ochenta «Follow me», un programa divulgativo de la primera cadena en el que enseñaban inglés con una extraña mezcla de Barrio Sésamo y El Show de Benny Hill. No sé si alguien se acordará. Esas lecciones juveniles de tarde, junto con el inglés básico del instituto y las letras profundísimas de Roxette, constituyeron la base de mi formación en lengua extranjera. Y con ese bagaje precario he sobrevivido a aeropuertos internacionales e incidencias en países lejanos a base de hablar más alto, a las exhibiciones de modernidad del sector de la publicidad en el que trabajo y a las letras profundísimas de Roxette.

Quiero decir que es posible que tenga un cierto resentimiento contra todos aquellos que se hacen entender en cualquier parte del mundo y que engalanan sus presentaciones profesionales con términos molones y sofisticados que yo no sé pronunciar sin hacer ni sentir el ridículo. Pero no creo. Yo diría que se trata simplemente de un análisis de todo a cien sobre una realidad evidente. Lo que viene siendo un all a hundred analytics.

Benny Hill

Hi, Benny!

Sobre la invasión del inglés se ha hablado mucho. Mucho más, por ejemplo, que del abuso del rulo de cabra con vinagre de Módena, siendo ambos asuntos la mar de catetos. Pero yo me voy a centrar en lo primero, porque me afecta personalmente y porque, francamente, soy muy pero que muy fan del rulo de cabra con vinagre de Módena. I love you, cheese.

Hay infinidad de artículos y monólogos de El Club de la Comedia repasando con sorna la interminable lista de anglicismos que se utilizan ahora para intentar ser moderno. Podría cubrir las 900 palabras de este artículo simplemente reproduciendo cualquiera de esos risibles listados. No parece un tema original. Pero un publicitario asediado cada día por highlights, key-visuals, partners, look and feels y demás ridiculeces, uno que además tiene una sección en una web sobre palabros, está casi obligado a aportar su punto de vista.

Y en todo caso, y como diría el poeta Angel Erro, «Todo está ya dicho. Que todo está ya dicho está ya dicho. Todo está dicho, pero no por mí».

No me voy a meter en honduras sobre el poder del lenguaje para crear realidades, sobre la relación entre el control del lenguaje y el control de todo lo demás. Me faltan cientos de neuronas para eso. Sin embargo, el entendimiento sí me alcanza para hacer una lectura individual del asunto y otra colectiva.

Un fail en toda regla

La individual es facilona. El inglés se elige para vestirse, como tantas otras cosas en estos tiempos de apariencia. También para parecer más joven. Si usas el concepto empoderamiento para todo, un poco ridículo ya eres, pero si usas el concepto enpowerment para todo eres un poco ridículo con diez años menos. Sin embargo, contra eso no podemos meternos demasiado, aunque canse. Son las debilidades humanas, y ahí estamos todos. En tratar de ser atractivos. En intentar dar buena impresión en el escaparate en el que se ha convertido el mundo. Como los calvos que se dejan barba (para allí voy) o las mujeres que van aumentando su vinculación con los estampados de leopardo según cumplen años y pierden atractivo sexual. Cada uno hace lo que puede para sentirse mejor y el inglés es un recurso decorativo de toda la vida. Everybody knows. Como cantaba La Polla Records, “si en Londres les pica un huevo, aquí todo el mundo se rasca».

La diferencia entre usar un término en inglés en vez de su equivalente en castellano es la misma que hay entre ser Peter Sellers o Paco Martínez Soria. No se puede comparar.

Colectivamente, este inglés intrusivo es otro síntoma de la decadencia de la sociedad consumista, que parece ya una naranja exprimida. One orange juice. En un mercado saturado, sin espacio para nuevos productos, solo queda llamar de otra forma a lo de siempre a ver si cuela. Y así los trileros vienen y llaman muffins a las magdalenas, crossfit al gimnasio y pegging a dar por culo a los señores. Denominar en inglés algo es la manera de camuflar que ya no tienes nada nuevo que decir. Es querer hacer pasar por original una actividad gastada por el uso y descartada tiempo atrás. Pues eso, como si te comes una pizza, te quedas con hambre y empiezas a comer los bordes que dejaste en la caja, y a eso le llamas borderlike o, qué sé yo, repizzing.

Esto es el marketing

De la magdalena al cupcake // Pablo Miki

El inglés ayuda a convertir en productos a las cosas y a las personas (no hay más que ver las aptitudes delirantes que Linkedin te ofrece para presentarte en el mercado), y los productos llevan tantos adornos que es imposible saber realmente lo que son. El regalo tiene capas y capas de papel de envolver para olvidar que debajo ya no hay un regalo.

Me acuerdo ahora de los viejos surtidos de Cuétara. Aquellas galletas tirando a zafias envueltas en primorosos papeles de colores que abrías como si fueran una joya de la repostería. Eso es precisamente la kissing area, el coach y el total repair. Eso es el inglés denominando cosas. Sofisticación para niños grandes. Gamificación non stop. Colorines brillantes camuflando cosas elementales.

A mí todo esto me aburre very much. Más que nada, porque no tiene solución. No future. Así que tendré que intentar mantenerme strong frente a las agresiones léxicas. Y seguiré quemándome slowly en la hoguera de las moderneces, de las tontás y de las vanidades. That´s all, folks.

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