De una terraza-balcón en las faldas del monte Urgull a un café tan rico como el de la serie Foodie Love. Un repaso a la Donostia que no se revela a primera vista.
Dicen que a Rosalía le encanta perderse en el Rastro de Madrid y que Stuart Murdoch, el flacucho cantante de Belle and Sebastian, sale a correr por las ciudades a las que va de gira. Un lugar que debería apuntarse el cantante escocés en una posible visita a Donostia es el de los Viveros de Ulía. Por su relativo anonimato y porque es tan coqueto como su música.
Los vecinos del barrio llevan años trabajando con ahínco por recuperar y adecentar el parque frente a las ansias urbanísticas de la Administración. De momento, han ganado la batalla: el parque se mantiene como está. En este bonito espacio verde hay un huerto comunitario, una biblioteca, se realizan actividades familiares y, de vez en cuando, se organizan inmersiones a los depósitos de agua que antiguamente abastecían la ciudad. «Another sunny day».
Con las ciudades pequeñas sucede que acabas yendo a los mismos sitios porque no hay mucho donde elegir. Los Cines Trueba, por ejemplo, donde la mayoría de los pases son en versión original y se tiende a programar cine independiente. Un clásico para los días de lluvia que los turistas desconocen y que los locales deberían reivindicar con más frecuencia. El binomio buen cine y versión original es un patrimonio cultural a proteger.
El paseo de la Concha, otro ejemplo socorrido. Pero donde se puede (re)descubrir una auténtica joya arquitectónica como El Naútico, el primer edificio moderno de San Sebastián, construido en 1929 por los arquitectos José Manuel Aizpurua y Ramón Labayen. En la actualidad funciona como exclusivo club en la planta baja y alberga la discoteca GU en la azotea. En verano los socios suelen tomar el sol en la terraza y la estampa (hamacas + edificio racionalista) tiene un aire chic propio de la Costa Azul.
En su día fue una revolución: el mismo Le Corbusier, padre de la arquitectura moderna, viajó a la capital guipuzcoana para conocer este barco de hormigón blanco anclado en pleno paseo. Como sucedió con el Kursaal muchos años después, tuvo furiosos enemigos. Pero aquella arquitectura funcionalista, de trazo armónico y elegante, se extendió por el barrio de Gros antes del estallido de la Guerra Civil. Aizpurua, destacado falangista, terminó siendo fusilado en 1936 y lamentablemente su legado fue escaso.
Cualquier excusa es buena para subir al monte Urgull y perderse por sus cuestas, como Rosalía en el Rastro. Las vistas desde cualquier lugar son imponentes, ya se sabe, pero merece la pena seguir la conocida máxima de Walter Benjamin -“importa poco no saber orientarse en una ciudad”-, despegarse de los turistas y las jóvenes parejitas y encontrar tu rincón favorito por azar. Si no te convence este no-método, un pequeño secreto para dummies: busca la ruta en dirección al Cementerio de los ingleses y aparecerá, como por arte de magia, una soberbia terraza-balcón sobre el Cantábrico.
¿Y qué decir de la Parte Vieja que no se haya dicho ya? A estas alturas, la opción más recomendable consiste en fisgonear en lo auténtico y huir de las barras abarrotadas de pintxos como si se hubiera visto al mismísimo diablo. Dos lugares que resisten como jabatos al vendaval uniformizador de los últimos tiempos: la tienda de discos Beltza Records con su maravilloso escaparate ambulante, y esa oda a la decoración euskobarroca que es la cervecería Etxeberria.
En el Etxebe-Txiki Juanjo Cano saluda desde la barra con el ya mítico “¡qué pasa, elegante!” a todo el que entra y, por un instante, el mundo se convierte en un lugar menos hostil. Hazte un hueco, pide una cerveza y prueba uno de sus montaditos (hechos al momento). Mi favorito es el de salmón. No defrauda. Sobre Beltza ya está todo escrito: templo absoluto de la música, más allá de los ritmos afroamericanos con los que se le suele identificar.
De esa Donostia que pasa bastante desapercibida, la calle Prim, en pleno centro, se lleva la palma. Primero porque en el número 4 hay un bar, Izarraitz, donde preparan una tortilla de patata que se merece un monumento y muchos donostiarras aún no lo saben. Más adelante, a la altura de la plaza de Bilbao y casi hasta el edificio Bellas Artes, brillan en fila un puñado de portales de fantasía, algunos decorados con vidrieras, con columnas para todos los gustos, personajes alegóricos… Merece la pena detenerse en cada uno de los portales (¡qué portones!) y disfrutar del espectáculo.
Por último, un guiño a los fans de la serie «Foodie Love» de Isabel Coixet: si quieres que la primera cita con tu pareja también sea en una cafetería, juega sobre seguro y prueba el café Terzi de la planta baja de Tabakalera. Su mezcla de sabores de India, Brasil y otros lugares exóticos es irresistible. Y si surge la conexión, se puede continuar con una visita cultural por alguna de las exposiciones del edificio. Bingo.
Ya puestos, el segundo encuentro podría ser en el Yellow Deli de la Parte Vieja. Más allá de la polémica que suele rodear a la comunidad religiosa de las Doce Tribus, dueños del establecimiento, el bocadillo Deli Rose sabe a gloria: rosbif, ternera, queso Montery Jack, queso provolone, cebolla, tomate, mantequilla, mostaza y salsa de la casa en pan a la cebolla.