Nos adentramos en una de las «calles» menos transitadas de la capital vizcaína. Un taller de marcos, otro de escaparatismo, una galería de arte y un txoko dan vida a lo que, de otra manera, no sería sino un gran patio interior.
Bautizada como calle San Mamés en 1872, cuando el rey de España, Amadeo de Saboya, visitó Bilbao para inaugurar la Casa de Misericorida, en 1917 se transformó en alameda (o «Gran Alameda», como figuraba en el proyecto original), con la intención de enlazar la plaza circular del Sagrado Corazón con la carretera de Balmaseda (según recoge Javier González Oliver en su libro «Calles y rincones de Bilbao»). Hoy, limitada a los 650 metros que separan la plaza Indautxu de la plaza Zabalburu, la Alameda San Mamés es, inevitablemente, una de las vías más transitadas del centro de la capital vizcaína.
Sin embargo, a la altura de su número 11, existe un tramo, un apéndice, que no mucha gente conoce. Se trata del callejón Zollo, una especie de cantón estrecho y en cuesta que termina en un espacio algo más amplio, donde convergen los bloques de viviendas de la propia Alameda San Mamés con los de la Alameda Rekalde y los de la calle Egaña.
Sería, claramente, un simple patio interior, de no ser por ese acceso que, aunque la mayoría toma como una simple entrada al local del taller de marcos Molcris, se trata de toda una vía pública. Pequeñita, intrincada y sin salida, pero casi una calle más.
«Antiguamente era mucho más largo y no estaba cerrado, así que seguramente lo utilizaran muchos vecinos para ir y venir», nos dice Fito, de la galería de arte Aire, uno de los espacios a los que se accede por Zollo, hoy día un lugar tranquilo. «Cuesta que pase gente, pero siempre hay quien se asoma movido por la curiosidad», nos asegura.
En ese aspecto, el explorativo, no parece que sean los bilbaínos los que destaquen, precisamente, habituados a una rutina callejera que hace que no se adentren ahí donde no se les ha perdido nada. «La mayoría de la gente que aparece por aquí de manera fortuita son extranjeros, turistas que andan descubriendo la ciudad», asegura María, su compañera, Licenciada en Restauración y otra de las integrantes de la asociación FI, responsable de este espacio de exposición tan cercano geográficamente pero tan alejado del Guggenheim o del Bellas Artes.
«Aquí hay tres tipos de exposiciones», nos explica Fito: «exposiciones y presentaciones de ensayos de alumnado del posgrado de Bellas Artes; exposiciones temáticas propuestas por artistas procedentes también de la Universidad; y exposiciones de artistas de cierta edad que no tienen donde exponer». Un lugar donde iniciarse… o todo lo contrario, en definitiva.
Con entrada gratuita (y abierto de lunes a viernes entre las 17:00 y las 19:30 horas), no cabe duda de que estamos ante uno de los lugares más curiosos de la villa. Y, aunque cada vez son más sus visitantes -«sobre todo en las inauguraciones, cuando se montan aquí unas buenas fiestas», ríe Fito-, en Aire tienen claro que la galería ha de salir del callejón. No de manera estricta, pero sí puntualmente: «Estamos funcionando muy bien en ferias de arte que se celebran en diferentes ciudades europeas», afirma María, a lo que su veterano socio añade: «ahora, además, estamos iniciándonos en el terreno editorial».
Y de una exposición, entre otros elementos, de cuadros sin marco (la de Jorge Rubio, titulada «Núcleo» y disponible hasta el 29 de febrero), a un taller de marcos para cuadros, los del taller Molcris que comentábamos al principio. «Llevamos cuatro décadas aquí, la gente nos encuentra porque ya nos conoce», atestigua Natxo, a quien encontramos tras el mostrador de este negocio familiar «de auténticos artesanos».
Y tiene mérito la cosa, la verdad. No solo por lo oculto del local (aunque es su rótulo el que figura a pie de calle -o de alameda, mejor dicho-), sino porque no parecen tiempos propicios para aquellos que trabajan con dedicación y mimo. Tomándose tiempo, vaya. «Es muy difícil competir con gigantes como Ikea, claro, pero hay mucha gente que sigue buscando cosas bien hechas, a medida y únicas», se hace valer el experto marquetero.
Nos llama la atención uno de los trabajos expuestos. No es para menos. «Eso es un cuadro realizado con musgos escandinavos y plantas liofilizadas, una especie de jardín vertical», nos explica Natxo. «Joder, qué chulo», acertamos a decir, sorprendidos por encontrar algo más que marcos para retratos de Primera Comunión tan ñoños como presuntuosos.
Salimos de Molcris. Natxo y Fito nos acompañan al fondo del callejón. A la izquierda, «el txoko de un bombero, le ha quedado chulísimo», aseguran. No hay nadie. Bueno, nos hacemos a la idea. A la derecha, el almacén de El Cajón. «¿Los escaparatistas?», preguntamos. «Sí, esos», nos confirman. Vaya… pues otros interesantes habitantes del lugar.
Resulta que Manuel, Pedro y Montse son tres decoradores que, a pesar de pasar parte del tiempo «escondidos» en Zollo, llevan desde 1983 «vendiendo» su trabajo unos metros más arriba, en el número 13 de la Alameda San Mamés. Ellos son los responsables de esos llamativos montajes artísticos que ocupan toda la fachada de su local y que cambian cada dos meses, alternando técnicas y temáticas, dando rienda suelta a una desbordante imaginación.
Que, oye, puestos a imaginar (y salvando las distancias), ¿acaso no tiene el callejón Zollo cierto aire mediterráneo, como de callejuela ibicenca o santoriniense? Vale, nos hemos pasado con la comparación. Pero es que, no lo olviden, por muy desconocido que sea el rincón… sigue siendo Bilbao.