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Música

CRÓNICA: Bruce Springsteen, el milagro cotidiano (Estadio de Anoeta, Donostia, 17-V-2016)

Tres horas y cuarenta minutos de actuación, sí, ¡casi cuatro horas de concierto! El Boss regresó a una de sus ciudades talismán, San Sebastián, para celebrar otro de los shows enmarcados dentro de su «The River Tour». Con la E Street Band respaldándole y un público totalmente entregado, el rockero estadounidense volvió a triunfar con su rock sincero. Convenció hasta a los menos predispuestos. Lean, lean, nos lo cuenta nuestro redactor Óscar Díez con fotos de Dena Flows


Tres horas y cuarenta minutos de actuación, sí, ¡casi cuatro horas de concierto! El Boss regresó a una de sus ciudades talismán, San Sebastián, para celebrar otro de los shows enmarcados dentro de su «The River Tour». Con la E Street Band respaldándole y un público totalmente entregado, el rockero estadounidense volvió a triunfar con su rock sincero. Convenció hasta a los menos predispuestos. Lean, lean, nos lo cuenta nuestro redactor Óscar Díez con fotos de Dena Flows

 

Noventa minutos para aparcar y katxis de cerveza a 13 euros. Bruce Springsteen lo tenía todo en contra cuando mis posaderas aterrizaron en la silla azul de Anoeta pasadas las nueve. Rock sentado, algo que detesto. Lo dicho, todo en contra. A las nueve y nueve, el Boss y sus acólitos tomaban Donostia. Formación de lujo: las leyendas Max Weinberg -un batería con dificultad para caminar, que parece poseído por el demonio de Tasmania cuando se sienta a los bongos- y el soprano Steve Van Zandt, además de la infiltrada Patti Scialfa (foto debajo), arrancaban a pleno día, casi con sol, sin que ello restara ni un ápice de magia al momento.

bruce springsteen anoeta patti scialfa 2016 dena flowsSonido portentoso, músculo, pegada, mmm… uno, que es de natural hosco, empezaba a abrir su caparazón, derrotado por la evidencia: delante de su nariz había un bandón de rock. La primera vez -de las muchas- que el jefe se acercó a las primeras filas -el millar de fanáticos que habían hecho noche para estar ahí y para los cuales el Boss es un gurú al que adorar (alguien le tiró un gorro del Séptimo de caballería, que no dudo en calzarse, ante las carcajadas de su mujer, en cuya cabeza terminaría). Comodísimos, distendidos, sonando a gloria pura, Bruce oteaba las peticiones de sus fans (cuando tocó «Independence Day» nos chivaron que había truco: «Es que esa es la que tocaba ahora por orden de setlist«, comentó un quisquilloso -mientras, sin perder un punto de tensión iba derramando éxitos como «Hungry Heart» -la única en toda la noche en la que nos pareció que perdía fuelle- o la chuleta y stoniana «Crush On You» con tumbado guitarrero y chocando palmas con el público… flanqueado a escasos palmos por dos armarios roperos que no admitían la más mínima broma.

Miramos el reloj. Una hora y cuarto: «¿Estaremos en el ecuador?«, nos preguntamos. Pobres de nosotros. Bruce bromeó con un abanico rojo para introducir la serpenteante «Fire» y uno de los pocos momentos de quietud -aquí nos mojamos: quizá demasiada- llegó con «una cancion de amor«, «I Wanna Marry You» que desembocó en la intimísima «The River«, un himno que da nombre a la gira y a un álbum (1980) que curiosamente no se vendió nada bien en su momento (era doble, o sea, caro) y que con el paso del tiempo ha llegado a ser quíntuple platino solo en Estados Unidos (traducimos: cinco millones de copias vendidas).

bruce springsteen anoeta 2016 dena flows verticalPensamos que la cosa podía estancarse, pero entonces «Thunder Road» nos golpeó con violencia («You Look Good«) gritaba el jefe a una multitud enfebrecida mientras bailaba con gracia y sarcasmo cual pin up rockabilly cincuentera, meneando el culo en primerísimo plano en los pantallones, para deleite de sus millares de fans.»Jajaja, qué casta», soltó una felina rubia a mi diestra.

Con la luminosísima «I’m Waiting on a Sunny Day» se alcanzó una de las cumbres de la noche y uno de esos momentos de pura magia que solo la música auténtica te puede conceder: una niña a hombros de Springsteen cantando el estribillo, con el Boss y una sonrisa que te traspasaba, frente a 40.000 mil almas gritando como una sola. Solo por ese minuto habría valido la pena, pero ahí «solo» llevaba tocando dos horas. Agárrense: corrió por el escenario con una versión (que le quedó pelín chata) de «Because The Night (Belongs To Lovers)» de la sinpar Patti Smith, se salió en la salvaje «Badlands«, y asombró por pegada con los himnos «Born in the USA» y «Glory Days» con su compinche Van Zandt a escasos metros de un respetable enloquecido.

El show pasaba ya de tres horas (sí, han leído bien) cuando concedió la-quizá-facilona «Dancing In The Dark» (alargadísima, con un solo de saxo y con un fan… que se hizo un selfie junto al cantante -vivir para ver-) mientras se mostraba en las pantallas un homenaje a Clarence Clemmons y Danny Federici (saxofonista y teclista fallecidos) que resultó emocionante por sincero, así como un cierre absolutamente apoteósico, con el Boss preguntando entre carcajadas si no teníamos casa -vía «Twist & Shout» con latigazos de «La Bamba» incorporados. Créanselo: tres horas y cuarenta minutos de reloj. Uno a uno, el patrón despidió a la banda con un choque de mano y un «thank you» y, cuando, exhausto, abandonaba el escenario se giró un tercio, con una leve sonrisa, para mirar a los suyos. Fue un instante que seguramente recordaré toda mi vida, porque me pareció intuir a Woody Guthrie, el rock sincero y la vida honesta. Y, por cierto, que no se me olvide: no soy fan de Bruce Springsteen. 

bruce springsteen anoeta 2016 dena flows cuadrada«¿No tenéis casa?», se preguntaba el Boss tras casi 4h. // Dena Flows

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