Para Eduardo Ranedo, el joven cantante, guitarrista y compositor de Carolina del Sur propone su debut en solitario «música vieja, rancia y totalmente pasada de moda». O, dicho de otro modo, «un álbum excelente de rock a la antigua usanza».
Hasta hace nada teníamos controlado a King al frente de su banda, la Marcus King Band, con la que ha publicado ya tres excelentes discos. Con «El Dorado» (Fantasy / Easy Eye), el joven cantante, guitarrista y compositor de Carolina del Sur propone su debut en solitario, un movimiento que hace bajo la tutela de Dan Auerbach (The Black Keys). Él es el responsable de la producción de un disco que se grabó en su estudio con la participación de los músicos con los que colabora habitualmente, dando con ello continuidad a esa tarea de seudomecenazgo en la que lleva tiempo empeñado y de la que se han beneficiado en los últimos meses artistas como Yola, Dee White o Early James (ojo a su inminente «Singing for my Supper»).
King es un buen guitarrista y hace canciones con bastante miga en las que tiene cabida toda la tradición musical norteamericana, con especial detenimiento en el rollo sureño, el blues-rock y el country-soul. Dueño de una voz extraordinaria, es clara su apuesta por ella en un disco que destaca tanto por su adecuada mezcla de géneros como por la inevitable sensación de amparo que solo acompaña cuando la música está hecha desde y con el alma. Sin alardes ni demasiada pirotecnia, los saltos de las piezas acústicas o más calmadas a aquellas de mayor intensidad eléctrica tienen lugar con naturalidad. Los solos de guitarra –imprescindibles dado el terreno en el que juega- son precisos y funcionales, en general ajustados a lo mínimo imprescindible. Su voz –debo insistir- es cálida y la absoluta protagonista aquí, y con ella remite a los grandes de un negociado en el que no hubiera desentonado en absoluto hace cincuenta años.
Grabado en apenas unos días en los Easy Eye Sound Studios de Nashville, Tennesee, en «El Dorado» van a perder tiempo quienes busquen lisonjas avant-garde o aventuras propias del siglo XXI. Basta para constatarlo una somera revisión de la banda que le acompañó en la grabación, gente como Bobby Wood, Gene Chrisman o Billy Sanford, veteranos de los American Sound Studios de Memphis y cuyo currículo se resume rápido: han grabado con los mejores. Aquí únicamente hay música vieja, rancia y totalmente pasada de moda que solo motivará a los melómanos del modelo antiguo, todavía abiertos a encariñarse con propuestas que sean capaces de traer con fundamento al hoy unos esquemas que nacieron en un pasado que parece no querer agotarse. No desde luego cada vez que cae en manos de figuras tan prometedoras y a la vez ya acreditadas como King, un artista solvente que exclusivamente con su voz es capaz de defender canciones que uno solo podía imaginar cantadas por alguno de los grandes. Pero de la misma manera que ocurrió con Yola, hay algo en el sonido de este disco que lo separa de lo caduco, arreglos que siendo clásicos de alguna manera lo actualizan. Quizá ello suponga cierta merma en la autenticidad, un precio a pagar que se antoja poco gravoso.
«El Dorado» es una extraordinaria carta de presentación para quienes no conozcan a Marcus King y sin embargo una apuesta de cierto riesgo para quienes ya le seguían, que ahora se van a encontrar con otra versión del artista. Si antes su destreza con la guitarra acaparaba el primer plano ahora ésta pasa a ser invitada secundaria, con no mayor importancia de la que tiene por ejemplo una producción rica en detalles que por momentos parece querer adueñarse del disco. Hasta de ahí acaba siendo desplazada por esta nueva faceta de King, más tierno y compasivo, puro soul, quien conmueve por sistema y no solo cuando lo intenta hacer desde la introspección. Un disco excelente de rock a la antigua usanza, que la resistencia sabrá degustar en todos sus detalles.