Lejanos los tiempos de las obras maestras, Ridley Scott tira de toneladas de oficio para hacer de esta larga, efervescente, cínica y pantanosa versión de Falcon Crest, un relato amenísimo para (casi) todos los públicos que contiene los motores de la humanidad desde que el mundo es mundo: dinero, poder, sexo y música disco
Si en una familia normal hay tortas por heredar una bicicleta, imaginen lo que era a principios de los 90 porfiar por un imperio de 300 millones de euros que incluía arte, caballos y áticos con piscina.
Y, todo ello, generado por ropa que en los 80 solo se atrevían a llevar traficantes o apóstoles del buen gusto tipo Maradona.
Lejanos los tiempos de las obras maestras, en «La casa Gucci» Ridley Scott tira de toneladas de oficio para hacer de esta larga, efervescente, cínica y pantanosa versión de Falcon Crest, un relato amenísimo para (casi) todos los públicos que contiene los motores de la humanidad desde que el mundo es mundo: dinero, poder, sexo y música disco.
Hace el resto un reparto memorable con Jeremy Irons haciendo de Jeremy Irons, Jared Leto sin haberse tomado la medicación y Lady Gaga como la mala más buena que recordamos en meses.
Cine para olvidar esta mierda de tiempo que nos ha tocado vivir y en el que encontramos aquel estéril consuelo de otro culebrón mítico ochentero: «Los ricos también lloran».
Viendo los estampados de Gucci, se entiende.