Anoche el Teatro Arriaga de Bilbao acogió los XXIV Premios de las Artes Escénicas. “La Mort i la Donzella”, en danza, y “El bar que se tragó a todos los españoles” y “Con lo bien que estábamos (Ferretería Esteban)”, en teatro, fueron los grandes triunfadores. Esta última, por cierto, se podrá ver en el propio Arriaga este jueves
En plena caída mundial de Whatsapp, Instagram y Facebook, los XXIV Premios MAX de las Artes Escénicas llegaban al Teatro Arriaga de Bilbao en la edición menos compartida en redes posible, dadas las circunstancias. A las 20 h. en punto salía a escena Asier Etxeandia, arropado por la Bilbao Sinfonietta y al ritmo de la «Bilbao Song» de Bertolt Brecht y Kurt Weill. Inmejorable número inicial: toda una exhibición de ‘bilbainismo’ (pero sin la caspa habitualmente asociada a ese concepto), toneladas de carisma y un dominio absoluto del escenario (palmadita en el culo al director de la orquesta y croqueta por las escaleras del escenario incluida).
Tras el poderoso arranque, Etxeandia desapareció, ya que el director artístico del Arriaga y de la propia gala, Calixto Bieto, planteó una ceremonia sin presentador/a, una apuesta arriesgada que terminó siendo uno de los grandes aciertos -y hubo muchos-, pues se ganó en agilidad y se evitó caer en el habitual tedio que terminan generando estos saraos.
Así que directos al grano y primer premio de la noche (Vestuario, para «NISE, la tragedia de Inés de Castro») entregado por Olatz Ganboa, una de las grandes actrices vascas actuales (inolvidable en en «¡Ay, Carmela!» de Ramón Barea, sembrada en el «Simplicissimus Kabaret» de Tartean). Porque el objetivo de traer los premios a Bilbao era, claro, mostrar lo diverso y lo potente que es el talento artístico vasco, y eso se consiguió con creces a lo largo de la noche tanto con los/as entregadores/as (Itziar Lazkano, Bernardo Atxaga, Ane Pikaza, Igor Yebra, Jokin Oregi…) como con las actuaciones (el bertsolari Jon Maia, la bailaora Adriana Bilbao, la compañía de danza Lasala, la cantante Afrika Bibang…).
La vuelta de tuerca en esta reivindicación de la escena vasca se dio al poner también el foco en esas otras profesiones que, aunque sin nombres conocidos, también sostienen el sector. ¿Te suena Arantza Heredia? Seguro que no… Ella es la técnico de luces del Teatro Arriaga, paradójicamente en la sombra siempre en su trabajo. Pues anoche, nada más arrancar la gala salió a escena a entregar un premio: la que normalmente ilumina, iluminada por una noche; poderosa imagen y potente mensaje si tenemos en cuenta que, encima, se trata de una mujer en una profesión altamente masculinizada. Más tarde subirían también a entregar premios otras dos mujeres cuyas caras seguro te suenan si alguna vez has ido al recinto bilbaíno: Izaskun Ardanaz (jefa de sala) y Olaia Santiesteban (taquillera). Zorionak desde aquí a quien tuviera la genial idea de subirlas por una noche al escenario por y para el cual ellas trabajan cada día.
Entrando ya en harina y hablando de los premios, la gran triunfadora («El bar que se tragó a todos los españoles») se llevó la primera de sus tres estatuillas en forma de manzana (Mejor Diseño de Espacio Escénico) en la primera media hora de la gala. Ya hacia el final llegarían también el reconocimiento como Mejor Espectáculo de Teatro y la Mejor Autoría Teatral, para el navarro Alfredo Sanzol. El director del Centro Dramático Nacional, y una de las más grandes figuras actuales del teatro español, está ya más que consagrado y ha sido ya reconocido por crítica (que ha alabado tanto esta última obra como las anteriores) y público (arrasó hace unos años con «La ternura»), e incluso por los propios Max (este es el cuarto que se lleva como autor). Así que con estos nuevos galones se corona como rey de la escena nacional de estas primeras décadas del siglo XXI. A ver si el montaje gira y tenemos la suerte de poder verlo los que no vivimos en Madrid, que al final y al cabo el (público) Centro Dramático Nacional es «nacional» (como su propio nombre indica) y no sólo «madrileño», como a veces parece.
Lo que no consiguió Sanzol este año fue el galardón a Mejor Director, que se le escapó a manos de los (dentro tópico) ‘enfants terribles’ Nao Albet y Marcel Borrás, que han pasado en un lustro de revelación de la escena catalana a nuevos referentes a nivel nacional. Se llevaron el premio por «Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach», otra adaptación al castellano de sus inclasificables locuras ya estrenadas en catalán (como ocurrió con la obra que les puso en el mapa nacional en 2018, «Mammón»).
Otros títulos que la noche destacó fueron, en danza, la valenciana «La Mort i la Dozella» (Mejor Espectáculo de Danza, Mejor Coreografía y Mejor Diseño de Iluminación) y, también en teatro, «Antoine» (el montaje en el que el músico de Elefantes Shuarma interpreta a “El Principito” fue Mejor Espectáculo Revelación) y «Con lo bien que estábamos (Ferretería Esteban)» (Mejor Labor de Producción y Mejor Composición Musical para Mariano Marín, un clásico de las músicas de cine y teatro). Esta última obra, por cierto, se podrá ver este jueves en el mismo Teatro Arriaga donde sus creadores (los aragoneses Nueve de Nueve Teatro) recogieron dos manzanas anoche. Así que aprovechen esta única fecha para divertirse con un musical disfrutón y nada convencional; aún quedan entradas y no se arrepentirán.
Fueron cuatro los Max que se quedaran ‘en casa’, en Euskadi. El Mejor Espectáculo de Calle (entregado precisamente por Raúl Cancelo, cofundador de una de las grandes del género, Hortzmuga) fue «Symfeuny», de Deabru Beltzak, compañía que ya estaba de celebración en este 2021, pues cumplen un cuarto de siglo facturando su llamativa mezcla de pirotecnia, percusión y baile. La Mejor Intérprete Femenina de Danza fue la guipuzcoana Iratxe Ansa, galardón cantado para la actual Premio Nacional de Danza por «Al desnudo» (el espectáculo que concibió en pleno confinamiento y que el sábado pasado se pudo ver en el Teatro Barakaldo dentro del festival Dantzaldia 2021).
Lo que sorprendió bastante más fue que el Mejor Espectáculo Musical o Lírico fuera una obra en euskera y sobre el propio euskera: «Kutsidazu Bidea Ixabel, Musikala», que no pareció tener problema en hacerse querer por un jurado (aquí no hay votaciones de académicos/as) en principio ajeno a Euskal Herria. Por su parte, Teatro Estudio de San Sebastián entraban ya a la gala como homenajeados con el Premio Aficionado o de Carácter Social.
Como hemos dicho, estos Premios Max 2021, organizados por la Fundación SGAE y los terceros que se celebraban en Bilbao (tras 2001 -también en el Arriaga- y 2007 -en el Euskalduna-), tuvieron muchos aciertos: el ritmo imparable y casi sin baches, lo multidisciplinar de las actuaciones intercaladas, la importante presencia del euskera en muchas de esas actuaciones, el orden de los galardones (entregando premios ‘gordos’ desde el principio)… Y también muchas escenas para el recuerdo, como Cayetana Guillén Cuervo dando las gracias a su madre, Gemma Cuervo, por «dignificar tu oficio, nuestro oficio» al presentarla como Premio de Honor, o el colofón final con Asier Etxeandia (flanqueado por el Coro Infantil de la Sociedad Coral de Bilbao y por su escudero musical en Mastodonte, Enrico Barbaro) reinterpretando en clave oscura y apocalíptica el icónico «Baga, biga, higa» de Mikel Laboa.
Eso sí, nos vais a permitir que nosotros nos quedemos con otra estampa impagable: la de Yogurinha Borova comiendo manzanas. Porque si de talento escénico vasco trataba la noche, ella fue la verdadera ‘roba escenas’ de la gala: apareció primero cual grulla desde el anfiteatro; después, con nuevos modelitos, se presentó como «diseléxica, travesti y autónomo» (combo ganador, claro); se reivindicó como la única drag del mundo («o una de las únicas», puntualizó -que somos de Bilbao pero nunca se sabe-) que canta a los niños sobre diversidad y libertad y en euskera; habló de inclusión en estos «tiempos de exclusión»; entregó premios… Y, finalmente, se sentó en una esquina del escenario ¡¡a comer manzanas!! Un nuevo premio y su preceptivo discurso de agradecimiento y Yogurinha seguía allí; otra actuación musical y Yogurinha seguía allí; el In Memoriam y Yogurinha seguía allí; minutos y minutos de gala y Yogurinha seguía allí, comiendo manzanas, en lo que podría ser el más surrealista ‘running gag’ del año. ¡Brava!
Por cierto: ¿alguien ha pasado hoy a ver si sigue allí sentada comiendo manzanas?