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Bebés robados en Bizkaia (Parte 1): “A mi madre le quitaron a una de las dos gemelas en un parto en Cruces”

Una obra de teatro y una exposición ponen de nuevo sobre la mesa el tráfico de recién nacidos. Recabamos testimonios reales de afectados por estas tramas

Solo en Bizkaia, se han interpuesto 350 denuncias // Canva
Una obra de teatro y una exposición ponen de nuevo sobre la mesa el tema del tráfico de recién nacidos. Aprovechando que las artes parecen tomar la delantera a la justicia y la política (que llevan años sin dar soluciones reales a un drama de tintes mafiosos que se extendió por todo el Estado), recabamos diversos testimonios reales de casos ocurridos aquí

En 1982, María Antonia Iglesias recibió una llamada en la redacción de Interviú donde trabajaba. Una mujer que decía ser enfermera aseguraba haber visto bebés congelados en el centro madrileño en el que ejercía. Tras semanas de investigación, la conocida periodista (junto al fotógrafo Germán Gallego, que realizó impactantes instantáneas de las neveras con los bebés que se enseñaban -para engañarlas- a las madres que pedían ver a sus hijos supuestamente muertos en el parto), publicó una serie de exhaustivos y documentados reportajes en los que se denunciaba, por primera vez, el tráfico de bebés en España. Pero, inconcebiblemente, lo que parecía una bomba periodística cuya onda expansiva era difícil de calcular, nunca llegó a explotar… Y no pasó nada.

Tres décadas después, el 27 de enero de 2011, se presentaba ante la Fiscalía General del Estado una demanda colectiva de 261 casos de personas que decían haber sido separadas de sus familias biológicas en el momento del nacimiento. Las por aquel entonces incipientes redes sociales habían permitido que, ya entrado el siglo XXI, los ciudadanos compartieran viejas sospechas no olvidadas relativas a partos plagados de incertidumbres y que, así, se creara el primer grupo de afectados, ANADIR (Asociación Nacional de Afectados por Adopciones Irregulares). Aquello fue el revulsivo que hacía detonar, por fin, la bomba que María Antonia Iglesias había lanzado 30 años antes. El boom mediático fue inmediato, los casos que salían a la luz crecieron exponencialmente y las asociaciones se multiplicaron. Y el País Vasco no fue una excepción.

Bebés robados en Bizkaia

Afectados por el tráfico de bebés en Euskadi frente al Parlamento vasco

A día de hoy, se estima que en España ha habido unos 300.000 casos de “adopciones irregulares”. Es decir, 300.000 recién nacidos arrancados de sus familias para ser vendidos a matrimonios infértiles. Se sabe que el horror comenzó a finales de los años 30 del siglo pasado en la Guerra Civil (bien documentados están los casos de robos de bebés a presas republicanas en cárceles franquistas como Saturraran, en el límite costero entre Bizkaia y Gipuzkoa). Continuó durante la dictadura, extendiendo sus garras a “descarriadas” embarazadas solteras gracias al apoyo de diversas congregaciones que, supuestamente, les daban apoyo. Y terminó convirtiéndose en un verdadero negocio desaforado de tintes mafiosos que sustraía criaturas a matrimonios de estratos y características diversas, incluyendo familias acomodadas “y hasta bendecidas por la Santa Madre Iglesia”.

Pero parece que, como sociedad, seguimos sin ser capaces de asumir un execrable drama nacional al que nadie con poder ha querido enfrentarse. Quizá porque estuvieron involucrados muchos y muy diversos estamentos: profesionales sanitarios de hospitales públicos y clínicas privadas, monjas, abogados, registradores… algunos de los cuales siguen vivos. Además de, claro, los cientos de miles de familias “adoptantes” (es decir, “compradoras”). Aquello fue una verdadera red a nivel nacional que actúo, al menos, hasta principios de los años 90. Sí, hace solo 25 años. Sí, cuando España ya llevaba tiempo siendo un país democrático y europeo, un país supuestamente moderno que hasta organizaba Olimpiadas y Exposiciones Internacionales.

Poco (¿nada?) se ha avanzado en esta última década desde aquella primera demanda colectiva. Aquellos 261 casos finalmente se segregaron, y su capacidad de presión quedó diluida entre los respectivos juzgados a los que se asignó cada uno. La gran mayoría del aluvión de denuncias posteriores (más de 2.000 en toda España; 350 solo en Bizkaia) quedaron sobreseídas por prescripción, lo que a su vez provocó que miles de víctimas más optaran por no denunciar al no ver futuro en sus casos. Los grandes medios se quedaron en la cara más morbosa del tema sin indagar en las raíces del problema. Y los políticos no estuvieron a la altura más allá de protocolarias recepciones y comisiones de investigación que no llegaron a nada. Patxi López, por aquel entonces Lehendakari, fue el único político de todo el Estado que reconoció que estábamos ante una verdadera “trama de robo de bebés” (minuto 2:57 de esta entrevista), tras descubrirse en 2012 tres ataúdes de bebés vacíos en exhumaciones realizadas a raíz de las primeras denuncias en Euskadi. Pero tampoco fueron más que palabras…

El exiguo resultado de la lucha de los afectados durante casi una década es que, ahora mismo, en febrero de 2020, solo dos casos han conseguido llegar a juicio. El primero, el denunciado por Inés Madrigal, tuvo un rocambolesco final tras una sentencia (al completo bajo estas líneas) que sí consideró al médico acusado como “autor de tres delitos” (detención ilegal, suposición de parto y falsificación en documento oficial), pero lo absolvió al haber prescrito. Respecto al segundo caso… la denunciante, Adelina Ibáñez, acaba de fallecer hace solo un mes sin haber llegado siquiera a ver al ginecólogo acusado sentarse en el banquillo.

“Tanto el poder judicial como los medios de comunicación y los políticos, parecen querer dar la imagen de que aquello fueron casos puntuales, aislados”, lamentan desde Itxaropena, la Asociación vizcaína de afectados por la trata de bebés. “No interesa aclarar el tema”, coinciden decepcionados los afectados. “Será porque muchos, y a muy alto nivel, tienen mucho que ocultar”. No se ha creado una fiscalía propia para este tema; no se han destinado recursos específicos a las investigaciones; y no se les ha concedido el estatus de “víctimas” (ni a nivel estatal ni en Euskadi), lo que al menos hubiera permitido que los delitos se considerasen “de lesa humanidad” y, por tanto, la prescripción no fuera aplicable. Y eso a pesar de que los afectados nunca han reclamado dinero ni indemnizaciones, y de que si se condenara a alguien, casi seguro que ni entraría en prisión por edad. “Lo único que pedimos es poder conocer la verdad”, resumen. Pero en los años que llevan tirando del carro, y de la manta, no han conseguido siquiera que testifique alguno de los muchos que vieron y supieron que aquello ocurría. Enterradores, funcionarios, enfermeras… Algunos sí se lo han reconocido de viva voz a los afectados, pero solo un conductor que trabajó para una funeraria de Granada entre 1979 y 1988, ha acudido a la justicia reconociendo haber llevado féretros vacíos “a muchos entierros”.

En este arranque de 2020, parece que en Bizkaia las artes han tomado la delantera a los poderes públicos, poniendo el tema en la palestra definitivamente. Por un lado, la obra de teatro “Camiselle” (con Loli Astoreka como una huraña monja implicada en la compra-venta de bebés), se representará los días 22 y 23 de febrero en el Teatro Campos de Bilbao y el día 29 en Gernika (Lizeo Antzokia), tras haber agotado entradas en su estreno en el Espacio Escenario del Teatro Arriaga el pasado diciembre. Por otro, ya en marzo, la exposición itinerante y colectiva “Encontrarte. Artistas por la verdad y la esperanza” (cuyo tema común son las “maternidades robadas” en el drama del tráfico de bebes en España), se podrá ver de nuevo en Bilbao tras su presentación en enero (estará en el Centro Municipal de Begoña del 3 al 13 de marzo y en el de Castaños del 17 al 31).

"Camiselle"

Loli Astoreka, Juanjo Otero y Bea Insa, en la obra de teatro «Camiselle»

Aprovechamos la circunstancia para dar voz a algunos de los centenares de afectados en Bizkaia. Ellos nos cuentan, de primera mano, sus casos. Todos, reales. Todos, pequeñas variantes de un mismo modus operandi espeluznante. Adelantamos aquí los tres primeros testimonios, a los que sumaremos varios más en la segunda entrega de este reportaje mañana 19 de febrero.

Tráfico de bebés en Euskadi, exposición

Imágenes de la exposición «Encontrarte. Artistas por la verdad y la esperanza»

CHARO. Hospital de Cruces (Barakaldo). Caso sobreseído

En 1968, mi madre iba a dar a luz a gemelas. Era su sexto embarazo y los anteriores partos los había tenido en casa sin problema. En aquella ocasión, la primera gemela nació en casa pero, para la segunda, el médico dijo que estaba habiendo problemas y que iba a ser mejor llevarla al Hospital de Cruces. Ella sentía a la niña en todo momento. De hecho, notaba como la criatura estaba intentando salir. “¡Pero deja de empujar!”, le gritaba una mujer con uniforme que mi madre no recuerda si era enfermera o monja. Ella, resignada, solo podía decir que no era cosa suya, que simplemente el bebé salía ya… Ahí fue cuando la durmieron. No recuerda nada más.

Cuando despertó en Cruces, le dijeron que la niña había muerto. Le explicaron algo así como que la fallecida venía la primera pero, por alguna razón, la otra se había adelantado y al salir la había ahogado. Le prometieron encargarse de todos los trámites, incluido el entierro, y le instaron a preocuparse solo “por la otra recién nacida y por sus otros 5 hijos”.

Siete años después mis padres tuvieron otra hija más. Pero mi madre nunca olvidó aquello. No pasaba un año sin que, en algún momento, fuera en una reunión familiar o en alguna celebración, volviera sobre ello. En nuestra casa era imposible disfrutar de estar todos juntos. “No, no estamos todos”, coartaba ella. “Jo, ama, siempre estás igual”, le llegábamos a decir nosotras, cansadas de oírla.

Pero, en 2011, cuando se empezó a hablar de los casos de bebés robados en los medios, sin decir nada a mis padres ni a mis hermanos, yo decidí pasar por el Registro Civil de Barakaldo para pedir el legajo de aborto de mi madre (el documento oficial con el que había que registrar los casos en los que no era aplicable ni el certificado de nacimiento ni el de defunción -según legislación de la época, aquellos de “criaturas abortivas de más de 180 días de vida y bebés que no superen las 24 horas enteramente desprendidos del seno materno”-). A los tres días me entregaron esto (tiende un papel oficial en el que consta que su madre al parir tenía 328 años -sic.- y en el que varias casillas se han emborronado para sobreescribir datos distintos a los inicialmente recogidos). ¡No daba crédito! Nada tenía sentido. Mi madre ni es de Portugalete, ni vivía en Lejona cuando parió.

Es como si fuera la ficha de otra persona y hubieran puesto encima el nombre de mi madre tras tachar el otro. Decidí ir al Hospital de Cruces y solicitar el historial clínico de mi madre. Allí constaba que la bebé falleció por “procidencia de brazo”, una postura del feto que puede dificultar el parto. De ser eso cierto, le hubieran tenido que hacer una cesárea. No sé, no concuerda con aquella explicación que les dieron en su día de la asfixia.

Fue entonces cuando reuní a toda mi familia y les pedí a mis padres que hicieran memoria y nos relataran todos los detalles. Al principio mi madre se puso contentísima. Había visto las noticias sobre el tema en la tele y también se le había despertado el runrún pero no se había atrevido a decirnos nada. Fuimos al Ayuntamiento de Barakaldo para consultar si, efectivamente, la bebé estaba allí enterrada. Pero nos respondieron que en el cementerio de la localidad no aparecen los registros de fetos enterrados allí antes de 1981. Ahí fue cuando decidí poner la denuncia.

Tras dos años de supuestas investigaciones me notificaron que quedaba acreditado que yo había dado a luz ese día de 1968. ¿¡Yo!? ¡Pero si la denunciante era mi madre y yo entonces solo tenía 9 años! Yo creo que ni se leyeron la denuncia… Mi madre ahora tiene 84 años y cuando me ve tan involucrada en esto me suele decir: “Hija, déjalo ya”. Aunque, de vez en cuando, no puede evitarlo y me apunta: “Si me muero, no dejes de buscar”.

Tráfico de bebés en Euskadi, exposición

Imágenes de la exposición «Encontrarte. Artistas por la verdad y la esperanza»

ISABEL. Antigua Clínica Vicente San Sebastián (Deusto, Bilbao). Caso no denunciado

La noche del 2 de abril de 1955, mi madre se puso de parto. Ante la llegada de la que iba a ser su cuarta hija, y siendo un matrimonio acomodado, acudieron a la Clínica Vicente San Sebastián de Deusto. Como era costumbre, a mi padre le pidieron que se quedara en la sala de espera. Allí estuvo toda la noche, hasta que a la mañana siguiente el médico le confirmó que su hija acababa de nacer… muerta, porque «al ser un bebé tan grande se había asfixiado dentro». Pidió verla, pero se lo desaconsejaron. Pidió bautizarla con el nombre de Mercedes, pero le dijeron que, al no haber nacido viva, el sacramento era inviable. Tanto insistió en poder al menos despedirse que, finalmente, accedieron a mostrársela para que le diera un primer y último beso.

En aquella época era habitual tener un seguro de decesos en la familia, así que mi padre dio aviso y la aseguradora se encargó de todo. Él sí estuvo presente en el entierro en el panteón familiar de Derio, y vió cómo introdujeron allí “una cajita”. Para ellos fue un golpe muy duro, mi madre tardó mucho en recuperarse. Cuando le dieron el alta, las monjas le insistieron a mi padre en que hiciera con ella como si nada hubiera ocurrido: “Ustedes ya tienen tres hijas, preocúpense de ellas”.

Con los años nacieron dos hermanas más y mis padres fueron recuperando el ánimo y pudieron al fin hablar de lo que habían vivido en aquel cuarto parto. Entonces no había televisión, así que las sobremesas eran largas conversaciones en familia. En innumerables ocasiones nos hablaron a mí y a mis hermanas de aquella traumática experiencia. Mi madre nos contaba que jamás había entendido por qué le habían colocado la mascarilla para dormirla nada más ingresar si, cuando llegó, la criatura estaba ya “a punto de salir”. De aquella noche solo recordaba que, cada vez que volvía en sí y preguntaba si ya había nacido, la dormían de nuevo. A mi padre se le quedó grabado que, al despedirse del bebé, lo que más le llamó la atención era lo frío que estaba para acabar de nacer, “casi como si estuviera congelado”, nos decía. Pero lo suyo era dolor más que desconcierto. En aquella época no se ponía en duda lo que decían los médicos y las monjas de un hospital; si así se lo habían dicho, así habría sido. Mis padres murieron jóvenes y aquella historia quedó sin más como un doloroso recuerdo familiar compartido por las cinco hermanas.

Pero hace siete años, viendo la serie “Niños robados” que hizo TeleCinco cuando se empezó a hablar de estos temas, a una de mis hermanas se le encendió la bombilla. Probablemente había sido siempre evidente, pero no habíamos caído hasta entonces. Nos informamos e iniciamos los trámites para intentar confirmar qué había pasado. El legajo de aborto nunca apareció, tampoco los historiales del hospital. En el registro civil, finalmente, figuraba que mi hermana sí había sido bautizada y que había muerto “minutos después de nacer”, es decir, lo contrario de lo que les dijeron en su día a mis padres (que había nacido muerta y que no la pudieron bautizar). Así que, ante estas contradicciones, optamos por hacer la exhumación del bebé en Derio.

Recuerdo aquel oscuro y lluvioso día como lo más tenebroso que he vivido. Abrieron el panteón familiar, hubo que sacar los restos de mis padres primero y rebuscar en el osario donde se habían ido retirando los cadáveres más antiguos según habían ido entrando nuevos fallecidos. El perito nos dijo textualmente que tenía “un 99%” de seguridad de que allí nunca había habido ningún bebé enterrado. No nos lo podíamos creer. Hasta nos hicimos análisis de ADN para que constaran los resultados en las bases de datos que se cruzan cuando se buscan familiares, por si alguna vez aparecía alguien… Nos gastamos muchísimo dinero para no llegar a nada. Y ni siquiera quisimos denunciar porque nuestro caso ocurrió mucho antes que otros que no se han podido esclarecer judicialmente solo porque han prescrito.

Aún así, yo a veces pienso que si localizara ahora a una señora de 64 años que es mi hermana, ¿qué le iba a decir? Prácticamente he tirado la toalla. Antes cuando me preguntaban cuántas hermanas somos siempre decía: “Cinco y la que murió”. Ahora simplemente respondo: “Cinco y la que nos robaron”.

Imágenes de la exposición «Encontrarte. Artistas por la verdad y la esperanza»

MARGA. Clínica San Juan de Dios (Santurtzi). Caso dos veces denunciado (por lo penal y por lo civil). Prescrito

Era 1975, yo trabajaba como secretaria y mi marido, como delineante. Íbamos a tener nuestro primer bebé. Tras 9 meses de un embarazo sin complicación alguna, el 22 de julio, cuando llegó el momento, acudí a la Clínica San Juan de Dios de Santurtzi. Lo primero que me dijeron fue que mi bebé estaba muerto y que me dejarían ingresada porque seguramente no lo expulsaría hasta la mañana siguiente. A mí me extrañó muchísimo, todo había ido tan bien hasta ese momento… “Ya te avisamos de que tenías una matriz bicorne y que eso podía dar problemas”, me dijeron.

En varias ocasiones a lo largo de la tarde llamé a la comadrona para decirle que estaba notando al niño. “No puede estar muerto si se mueve, ¿no?”, le decía. Ella siempre me respondía que se me estaría moviendo la placenta, algo que, años después, he sabido que, obviamente, no ocurre. Tras 5 o 6 horas noté que la llegada del momento era más que inminente y la llamé de nuevo. “¡Pero que lo tiras aquí!”, me gritó mientras yo notaba que el bebé empezaba a salir. “Aguanta, que ya te he dicho que está muerto; a ver si vas a echarnos aquí un monstruo”. Me sacó de la cama y, tirándome del brazo, me arrastró hasta el paritorio, que estaba justo enfrente. Enseguida llegó el médico. “Pero, ¿qué hace esto así? ¡¡Hay que dormirla ya!!”, gritaba.

Cuando volví en mí, mi madre y mi suegra me dijeron que les habían confirmado que el bebé había nacido muerto. Una monja vino a pedirme alguna “ropita, por no enterrarlo sin vestir”, me dijo. A mi marido le dieron una caja que él me describió como “pequeñita, como de zapatos” y le dijeron que lo entregara en el cementerio, que el enterrador ya sabía lo que hacer.

Nos quedamos destrozados. Pedimos la autopsia, pero nos la negaron. Dijeron que con una analítica de placenta era suficiente. La conclusión de aquel análisis decía “placenta a término sin alteraciones objetivables”, mientras oficialmente lo de nuestro bebé había sido una “muerte fetal por insuficiencia placentaria”. Todo era extraño, nada cuadraba; y, a la vez, nosotros solo queríamos que cuadrara para poder entenderlo… Yo pasé un año con una depresión de caballo, y mi marido se cerró y nunca pudo hablar sobre aquello.

Pasaron los años, seguimos adelante, tuvimos dos hijas… Pero nunca me olvidé, siempre estaba el runrún de fondo, acrecentado en algunos momentos, como aquella vez en la que un ginecólogo me confirmó que “nada de bicorne”, que mi matriz era “perfectamente normal”. En 2012, cuando nació nuestra nieta, al cogerla por primera vez fue cuando mi marido habló del tema tras 37 años de silencio. “Marga, en la cajita aquella no podía haber cabido un bebé como este; además, aquello no pesaba nada”.

Por aquel entonces ya se empezaba a hablar de los casos de bebés robados, así que, aunque no nos lo queríamos creer, todo parecía cuadrar. Fuimos al hospital y en los registros solo constaba que, efectivamente, aquel día de 1975 había entrado de parto, pero no figuraba ni mi salida, ni el estado del bebé. En el registro civil nunca apareció el legajo de aborto. En el cementerio donde mi marido entregó la dichosa cajita tampoco constaba su inhumación… Luego hay quien nos tilda de transtornados que no hemos sabido superar la muerte de un hijo. ¡¡Pero si yo lo único que busco es a ese hijo muerto!! No quiero nada más. El problema es que no hay rastro alguno de su cadáver.

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