Y salir vivos de milagro. Es lo que sucede cuando te sumerges en un festival tan inabarcable como el Primavera Sound de Barcelona. Con las pocas neuronas supervivientes intentaré contarlo
Cuando un aficionado a la música con interés de ver a muchas bandas asiste a un festival como Primavera Sound, con ocho escenarios principales y otros cinco secundarios, pasa unos días antes realizando tablas con la selección de bandas, la ruta con posibles variantes por las coincidencias, etc. Auténticos puzles de mil piezas, pero con dos cajas distintas de elementos mezclados. Si te entretiene, hazlo, pero a no ser que seas un maniático supremo del orden, tus planes van a saltar por los aires más pronto que tarde. Empecemos por el principio.
Cuando no es ni la primera, ni la segunda vez que asistes al mismo festival hay algo como de «El día de la marmota» (o «Atrapado en el tiempo», como se tituló aquí»). Posiblemente, mismo transporte, mismos acompañantes, mismo paseíllo de entrada… Lo cierto es que hay pequeños cambios. Desde el año pasado, la entrada es un código QR en una aplicación en tu móvil y te ponen una pulsera de puro adorno, por el recuerdo y por publicidad en la ciudad, pero todo lo que vayas a consumir en las barras del interior se paga como en los negocios del exterior: con dinero en el formato legal que sea. Otra novedad -recurrente- suele ser la subida de precios. Este año, 4,50€ una cerveza de 400 ml, 1€ el vaso retornable.
No miro más precios en la lista, ¿para qué? Tiraremos de rubia todo el fin de semana.
- Relacionado: Primavera Sound Barcelona 2023 en fotos (I): El público
- Relacionado: Crónicas de viernes y sábado en Primavera Sound Barcelona 2023
JUEVES 1 DE JUNIO
Llegamos siempre con prisa para ver el primer concierto. En este caso, es el de Cabiria, que pillamos a mitad. La cantante, con dos músicos en blanco como salidos de una película futurista de bajo presupuesto de los años ochenta. Estiloso italo disco que suena bien en uno de los dos escenarios más íntimos, al lado del mar, bajo esa especie de placa solar gigante, icónica del recinto. Me apunta un colega: «Creo que canta en playback, suena igualita en el disco».
Antes de dilucidarlo se ha terminado y justo al lado empieza el británico Joe Unknown, un muchachote fornido, con un estilo de esa mezcla de hip hop londinense, post punk y UK garage similar al de Slowthai, con el mismo punto de agresividad. Lleva un acompañante que le tira las bases y sale ocasionalmente a acompañarle al micro, un cruce entre Casper y Kenny el de South Park con aspecto de no haber recibido un rayo de sol en su vida. No suenan nada mal, pero quizás es muy pronto para este amenazante y gamberro estilo. Son las 17:20h y piden al público que monten un pogo en la segunda canción.
Tenemos dudas respecto a quedarnos, pero, fans de Joe Crepúsculo, decidimos acercarnos a ver qué ofrecía esta vez. Vestido con un traje rojo chillón y junto a su inseparable Aaron Rux, arrancó con un popurrí de sus canciones más añejas. Para los que nos sabemos su repertorio de pe a pa fue una fiesta. La gente que estaba entrando al festival se iba sumando al poco público inicial en un escenario demasiado grande para ellos, si bien Crepus trató de que se notara lo menos posible, acabando con «Mi fábrica de baile» tras estrenar la aún no publicada «Fiesta de disfraces».
Volvemos al acento inglés, pero de más al norte. De Leeds proceden Yard Act. Su post punk medio cantado y medio rapeado como con un toque de sorna no es nuevo, algo muy de los Happy Mondays y de bandas del eterno retorno de ese estilo tan de las islas, pero suena fresco y con gracia. No obstante, escuchado en casa, el cantante parece tener más carisma que el demostrado en el escenario. El sonido un tanto bajo de su escenario, uno de los dos nuevos del recinto, también lastró la propuesta en demasía.
Cambiamos de tercio completamente: La afroamericana Sudan Archives tiene todo el desparpajo y el saber estar que le faltaban al británico. Armada de su violín, cuyos arcos lleva en una aljaba como las flechas de un arquero, y buena voz, se va moviendo con un vestido mínimo de superficie telar al ritmo de su bonita y sensual mezcla de R&B, rap y pop disparado por su único compañero en el escenario, a la percusión y los sintetizadores. El público está hipnotizado y nadie quita ojo del escenario. «Confessions», «Selfish Soul», las dos más celebradas.
Tenía ganas de ver a la banda de Baltimore Turnstile, pero toca en los escenarios grandes, en la zona conocida como «Mordor» por los habituales. No llevo reloj cuenta pasos, pero que me aspen si no hay algo más de un kilómetro respecto a los escenarios del otro extremo. Decido hacerlo, sin compañía («¿a Mordor ahora? Uf»), y llego en el ecuador. Justo cuando el batería está haciendo un larguísimo solo de los que afortunadamente ya no se llevan. A ver si me he equivocado, maldita sea. Por suerte, retoman las canciones y el sonido es muy bueno, potente y nítido, ¡y menudo chorro de voz la de su frontman, Brendan Yates! Se luce tanto en la minimalista balada «Alien Love Call» como en las más hardcore «Holiday» y «Blackout». Buen sabor de boca para la caminata de retorno.
Quedamos en uno de los escenarios más pequeños, el que promociona una marca de bebida alcohólica italiana de color naranja y sabor a jarabe que tiene exclusividad en esa barra, y justo está empezando Mira Paula. Acompañada por Teresa «Ganges», interpretan un pop evocador del imaginario de la década de los «Goonies» y «E.T.», en la línea del que practica la viguesa dani.
Pese a las dudas -porque en su caso hace tiempo que están lejos de su mejor forma-, decidimos asistir al concierto de una de nuestras bandas favoritas de todos los tiempos: New Order. Uno de nosotros ve el concierto de espaldas. Dice que no quiere ver a Bernard Sumner porque le recuerda al padre de un amigo en funciones domésticas. Se ha comentado que, además, desafinó varias veces. El bajista tampoco llega a las notas de Peter Hook, al que se echa de menos. Pese a todo, la banda se muestra reforzada gracias a otro guitarra y el retorno de la teclista Gillian Gilbert, que parecen dar empaque al sonido.
El repertorio es excelso y, aparte de los hits conocidos por todos, con dos favoritas de los fans como «Age Of Consent» y «Your Silent Face» hacen desaparecer cualquier reticencia. El final, con una versión sobria pero algo sosa de «Love Will Tear Us Apart», que ya sabemos que el 75% de Joy Division eran ellos (el 50% sin Peter Hook -y algo menos si contamos que Ian Curtis era más que la cuarta parte-), pero, como dice un colega en valenciano, «no era precís».
Sin tiempo a digerirlo, vemos un rato de la macarrada vuela-cabezas de Machine Girl, un tipo con una batería y otro a los teclados y los gritos. Ahí nos dividimos, el sector underground se queda y los más poperos enfilamos a ver el retorno de Blur (yo con pena de no ver a Darkside). Es en estos conciertos donde se nota que no hay tanto público como el año pasado en la esperada edición post-pandemia y donde se nota que los vientos están cambiando y hay otro público más joven en el festival que prefiere otras propuestas más recientes. No obstante, el ambiente y la expectación son grandes.
Empiezan a medio gas con una canción nueva no publicada («St. Charles Square»), otra del primero («There’s No Other Way») y el single previo al segundo (aquel «Popscene» que sirvió de pistoletazo de salida para el brit pop). En cierta medida, parece que no quieren liar la fiesta que se esperaba, pero el tecladillo que anuncia «Tracy Jacks» desata la máquina de jukebox, sonando casi todos sus éxitos, aunque se guardan en la manga «Luminous», antigua cara B que no tocaban desde 1999. La banda parece pasarlo bien, sonríen, Damon salta y baila y se le nota engrasado por sus otras aventuras (con Gorillaz al frente). Para cierre, el bonito nuevo single «The Narcissist» y la estilosa balada «The Universal». No siempre este tipo de conciertos con bandas más pendientes de sus otros proyectos salen bien, pero cualquier fan se marcharía satisfecho.
Son más de las 3.30h y llevamos casi once horas ahí dentro. Es hora de enfilar el largo periplo de regreso al centro de la ciudad. Lo siento por Hudson Mohawke y Brutalismus 3000, que están esperando su turno, pero a estos «señoros» no nos da la vida.