David Bowie ha muerto pero David Bowie es inmortal. En la Carnicería hemos rendido homenaje a Ziggy Stardust, al Duque Blanco, al camaleón que no dejó de romper moldes.
Hemos recorrido su carrera estelar con el Señor Sanabria, que nos ha hablado de las mil caras del genio incombustible que no sólo revolucionó la historia de la música, también fue actor, hizo sus incursiones en la pintura y se abrió camino en el arte multimedia hasta convertirse en un icono pop. Y hemos seguido la estela de sus canciones con los críticos musicales Jordi Bianciotto (El Periódico de Catalunya, Rockdelux y Enderrock, entre otras) y Silvia Grijalba, autora de «Más que famosos. Auge y caída de la fascinación por el rock».
Desde sus inicios a finales de los 60, Bowie luchó contra la mediocridad hasta el final como demuestra en su último disco que lanzaba hace unos días coincidiendo con su 69 cumpleaños: «Blackstar«, un enigmático trabajo que hoy parece una sobrecogedora despedida a la altura de una de las estrellas más brillantes de la cultura pop, un camaleónico artista que hizo de su vida y su muerte una obra de arte.
