Eduardo Ranedo nos recomienda la última grabación de la banda de Edimburgo, la cual mantiene ese punto de equidistancia tan suyo entre lo mejor del pop escocés clásico y el country-rock
Tras escuchar infinidad de veces el nuevo trabajo del perseverante grupo de Edimburgo, se constata que siguen siendo fiables y que, a pesar de los habituales cambios en su formación, mantienen ese punto de equidistancia tan suyo entre lo mejor del pop escocés clásico –onda Teenage Fanclub, por citar el ejemplo más evidente- y el country-rock.
Y a uno le da por pensar en todos esos pequeños detalles que determinan el destino de una banda, que con independencia de lo bien o mal que se hayan hecho las cosas le proyectan a la primera línea o bien a ese furgón prestigioso y de culto, sin gran relevancia.
Todo, para concluir que el hecho de que Dropkick no sean un nombre habitual a la hora de hacer repaso a lo más relevante del circuito independiente, que no formen parte del fenómeno festivalero o que simple y llanamente no sean el segundo grupo favorito de la legión de fans de los Fannies es algo que solo puede explicarse desde razones no objetivas.
Dropkick siguen reposando sobre la espalda y las canciones de Andrew Taylor, igual que lo han hecho desde su nacimiento a principios de siglo. El deseo no es otro que el tipo mantenga su entusiasmo, porque lo cierto es que se encuentra en un momento compositivo magnífico. Su forma de escribir y de cantar -sin vehemencia ni alardes- unida a las exquisitas armonías vocales y a unas estructuras aparentemente sencillas pero ricas en texturas y con más vericuetos de lo que parece, hacen que sus canciones sean inconfundibles.
Sin sorprender –algo muy difícil tras casi veinte años de fidelidad a un sonido-, sigue bordando ese pop hijo y nieto de la luminosa tradición californiana y que en general siempre ha llamado tanto la atención por aquí. Prueba de ello es que varios de sus discos han tenido edición española, anteriormente vía Rock Indiana o Bobo Integral y en este caso gracias a Pretty Olivia Records, un sello de Alicante cuyo catálogo crece a pasos agigantados mientras muestra un empaque que muy pocos han logrado con una trayectoria tan corta.
«Longwave» continúa el tono reflexivo y casi introspectivo que tenía su anterior –el también magnífico «Balance The Light»- pero solo en parte gracias al protagonismo que han recobrado los temas de sonido más rotundo. Con un disco prácticamente partido en dos, hay mucho de ese pop robusto que dominan tan bien y que se echaba algo en falta en aquel.
En piezas como «Out of Tune», que abre el disco, «Come Around» o «Fed Up Thinking of you» no es difícil encontrar esa ligazón que siempre ha unido al grupo con las canciones de Tom Petty o de Alex Chilton en su etapa con Big Star. «Giving Way» hasta les muestra como asomándose con precaución al pop ruidosillo de los noventa. Son piezas todas ellas en las que las guitarras suenan con estilo a pesar de ceñirse a patrones muy reconocibles.
Como contrapunto, en las canciones más recogidas vuelve esa melancolía que Taylor maneja tan bien cuando expone aspectos íntimos de la existencia, quién sabe si propia o ajena, muchas veces luciendo un pesimismo que no deja de sorprender cuando se compara con sus canciones más expansivas.
El caso es que un nuevo disco de Dropkick se recibe siempre como las noticias de esos viejos amigos que están lejos, con los que no hay mucho trato pero sabes que no te fallarán llegado el momento. A veces medio olvidados y en segundo plano por la influencia de otras presencias más dinámicas, sabes que al final –y cuando más se les necesita- siempre terminan apareciendo. No dejemos de celebrar estas cosas.