No es la Navidad la época más propicia para películas de nivel, pero las nuevas de Kaurismäki y Payne son dos joyas que bien merecen escapar a una sala de cine y olvidarse de regalos, loterías, comilonas y familia
Sobrinitos aulladores que patean los pasillos, cuñaos nadando en gintonic, lotería que no toca, anuncios de perfumes que no podemos permitirnos pero al final compramos, buenos deseos reenviados vía guachap, colas para comprar regalos, colas para devolver regalos, colas para hacer colas, resacas…
Por lo que sea, una minoría cada vez menos minoritaria no traga la Navidad.
Pero, créanselo: En una época tan poco propicia para el cine de nivelón, metiendo codo entre Santiago Segura y «La fábrica de chocolate», han llegado dos títulos que merecen sobradamente la pena: «Fallen Leaves» y «Los que se quedan».
La primera («Kuolleet Lehdet» en su versión original) es la perfecta muestra del cine de Aki Kaurismäki: Estática, melancólica, un punto fría, atravesada por un peculiarísimo sentido del humor y, finalmente, cautivadora.
En 81 minutos (¡gracias!) el finlandés une a dos perdedores entrañables, una currela rebotada de decenas de trabajos basura (Alma Pöysti) y un obrero alcohólico (Jussi Vatanen), que van al cine a ver películas de Jim Jarmusch (aunque ellos recuerden más a Bresson y Rohmer) acompañados por un perrete que responde al nombre de Chaplin.
https://www.youtube.com/watch?v=gWCn79bXUl0
Todo muy particular, todo raro (pero raro bien), cine triste que ves con una sonrisa cómplice sin tener muy claro cómo va a acabar todo aquello. A veces se nos olvida lo mucho que nos gusta el cine, pero películas como ésta nos lo recuerdan.
No muy lejos en cuanto a tono se sitúa «Los que se quedan». Un profesor universitario amargado por un sombrío pasado (Paul Giamatti tocando el Oscar con la yema de los dedos) debe quedar confinado en Navidad con su peor alumno, un niñato clasista y egocéntrico, y con la jefa de cocina del campus, una afroamericana que acaba de perder a su hijo en Vietnam (sí, está ambientada en los años 70).
Retratista de una América cercana a los cuadros de Hopper donde la vida mejora con un buen vino («Entre copas») o una buena charla («Los descendientes»), como el de Kaurismaki, el cine de Alexander Payne está empapado de nostalgia y humanidad, es creíble, todos conocemos a esos perdedores entrañables (si es que no lo somos nosotros) huyendo hacia adelante sobre un suelo que se resquebraja.
Reconozco muchas películas en la de Payne (de «El club de los Cinco» a «Bienvenido, Mr. Chance»), pero «Los que se quedan» tiene carácter propio, duele y hace reír a partes iguales y uno no quiere que acabe nunca.
Es extraño decir esto un 2 de enero, pero estará, sin duda, entre lo mejor del año.
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