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Ocio y cultura

La película de abril: “Bebiendo con Shane MacGowan”

Producida por Johnny Depp y realizada por Julien Temple, es un impagable recorrido por la convulsa Irlanda a través del líder de The Pogues

Posando con Shane MacGowan // Andrew Caitlin
Producida por Johnny Depp, realizada por Julien Temple y presentada con inmenso éxito en el último Zinemaldi, «Crock of Gold» es un impagable recorrido por la convulsa Irlanda de los 70 y los 80 a través del movimiento punk, que terminó cristalizando en cosas tan interesantes como los Pogues, cuyo líder es aquí el protagonista

Ya saben que en este país nos sentimos dominados por un espíritu cachondo que nos permite creer que somos capaces de mejorarlo todo. Así, «Jaws» («Mandíbulas»), por aquí fue «Tiburón»; «Point Break» era «Le llaman Bodhi»; y «Die Hard» se tradujo como «Jungla de Cristal» -de «Soñando, soñando, triunfé patinando» hablamos otro día, que hoy el cuerpo no me pide gresca-.

De esta guisa llegamos al muy recomendable documental que hoy nos ocupa, que asomará este mismo viernes por unos cines cada vez más felizmente abarrotados. Se trata de «Crock of Gold», algo así como «Caldero de oro», bautizado aquí con el mucho más facilón «Bebiendo con Shane MacGowan».

Nadie va a descubrir ahora que el líder de The Pogues se ha trasegado en Guiness el tamaño del carguero encallado en el Canal de Suez, pero no hacía falta poner un título de Telecinco a un producto que se defiende solo y que, estamos seguros, encontrará su público.

CROCK OF GOLD, BEBIENDO CON SHANE MACGOWAN

Producida por Johnny Depp -otro deportista- y presentada con inmenso éxito en el último Zinemaldi, «Bebiendo con Shane MacGowan» es un recorrido por la convulsa Irlanda de los 70 y los 80 -bueno, estas últimas semanas tampoco es que sea aquello un balneario- a través del movimiento punk que terminó cristalizando en cosas tan interesantes como The Clash o los Pogues, gentes que bebían -con perdón- de aquellas fuentes, pero con un componente cultural y un compromiso político sensiblemente superior.

Johnny y Shane // Greg Williams

Criado en el áspero y viril ambiente rural de los 60 -«te daban media pinta con 8 años porque consideraban que si te acostumbrabas a beber, de adulto bebías menos»- el indómito Shane viajó a Londres con apenas 18 años y fue recibido a hostias, pero descubrió que el punk y las mujeres eran bastante más llevaderos que los curros en la granja al amanecer.

Tras presenciar en primera fila la eclosión del punk -son impagables las imágenes en blanco y negro de un MacGowan desafiante y borracho bailando pogo en varios bolos de los Sex Pistols- el irlandés llegó a la conclusión, visto el éxito de estos, de que aquello tampoco podía ser tan difícil y, tras varios intentos fallidos, en el 82 juntó a varios amigos que tocaban folk tradicional irlandés.

Acababan de nacer The Pogues (bueno, «Pogue Mahone» en los inicios -«Bésame el culo», en traducción literal-), una banda de borrachos de pub con una fórmula infalible que les hacía trascender mucho más allá, una mezcla irresistible de punk y folk, con unas letras que revelaban que las pintas -las fisicas y las otras- y haber leído a Brendan Behan o Bukowski les había cundido lo suyo.

En un par de años sus canciones se habían convertido en himnos cantados de bares a estadios y eran algo tan raro como profetas en su tierra… y en media Europa.

Julien Temple, mítico director británico que ha trabajado con los Stones, Bowie, Judas o Tom Petty -aunque los millennials lo conocerán por ser el padre de Juno- ofrece una radiografía sincera de una época salvaje que nada tiene que ver con estos tiempos pacatos y opresores, donde todo ha de ser correcto y mesurado.

MacGowan no es un personaje para todos los públicos, ni le importa ni lo pretende, pero su carácter seduce por condensar muy bien esa tristeza intrínseca irlandesa tan tremendamente desternillante. Depp, su confesor gran parte del film, no puede evitar troncharse con historias de cocidas tan descomunales que acaban con habitaciones de hotel íntegramente pintadas de azul o monovolúmenes que se abren traicioneramente escupiendo a parte de la banda en pleno trayecto.

Tras dos horas que se hacen cortas uno sale del cine pensando qué tipo de genética has de tener para seguir en la brecha a los 62 y con un vino blanco en la mano.

Respect.

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