Esto del fútbol es una cuestión de fe y al Athletic Club, al actual, al de las dos finales de Copa en dos semanas, la convicción le ha cambiado la cara. No son razones futbolísticas. Es otra cosa
A menudo pienso en el 1-3 de Muniain en Manchester, sobre todo cuando detecto en el campo la presencia (o la ausencia) de convicción. Lo recuerdo muy bien: Toquero pelea un balón aéreo que le cae a De Marcos, quien va prácticamente solo por el costado derecho. Sin pensarlo, De Marcos lanza a puerta desde el borde del área. Un disparo con poco futuro. De Gea saca la mano izquierda abajo y el balón queda suelto en el área, a unos cuatro metros del portero, y ahí parece acabar la jugada.
Pero no es eso lo que sucede.
Desde fuera de plano, aparece Muniain corriendo como un poseso, llega un momento antes al balón que De Gea, se lo pica por encima y mete uno de los goles que más feliz me han hecho en mi vida. El gol es hermoso, pero no lo recuerdo a menudo por eso. En la repetición, se ve que cuando De Marcos remata Muniain está al menos a 25 metros de la portería. Y ahí está lo extraordinario. Ese balón rechazado y suelto en el área era muy poco interesante. Una rara posibilidad. En circunstancias normales, un futbolista se ahorra esa carrera inútil. Y entonces, ¿por qué esprintó Muniain?
Muniain esprintó porque vio algo ahí. Porque tuvo esa visión, esa fiebre que te impulsa y te transforma en la mejor versión de ti mismo. Tuvo fe. No en esa jugada. Tenía fe en todo lo que hacía.
Marcelino cambió radicalmente al Athletic. En apenas quince días, un grupo deprimido y deprimente, que se aplicaba con gran esfuerzo y indudable seriedad al vil pelotazo, al despeje deplorable y a la pérdida reiterada de balón, un grupo absolutamente comprometido con la tarea de amargarnos la vida un par de veces por semana, se transformó en un grupo luminoso, dinámico, intrépido, feroz. El mismo equipo mortecino que practicaba un fútbol primitivo y al que la Real iba a meter cinco antes del descanso de la final de la Copa es ahora un equipo alegre y temible. El mismo once.
Solo la convicción puede explicar esta transformación. No pueden ser razones futbolísticas. En quince días no da tiempo a nada, y además jugaron exactamente los mismos. Nunca se vio con más claridad. Es la convicción.
Basta un breve repaso a las ruedas de prensa del anterior entrenador para comprobar que debió irse cuando aún era un héroe. Atribulado, ceniciento y con esa cara de sufrimiento máximo que se les pone a todos los entrenadores de la casa cuando sienten que su discurso no da para más.
Y es que lo del «hombre de la casa» es uno de los cánceres de este club: Rojo, Amorrortu, Aranguren, Sarriugarte, Mendilibar, Ziganda, incluso Iribar, todos desde Clemente han fracasado como líderes del primer equipo. Todos menos Valverde -esperemos que Joseba Etxeberria e Iraola, los siguientes en esta condenada lista de errores, hagan al menos una estupenda carrera lejos de Bilbao antes de intentar ser una excepción a esta regla-.
Garitano nos aseguraba que el equipo tenía importantes carencias y nos preveía de dificultades para luchar en Primera División. Por supuesto, en sus declaraciones no faltaban los clásicos: el «seguiremos trabajando» y el «esto lo sacamos adelante entre todos». Aburrimiento máximo.
Si su letanía nos hartaba a nosotros, qué no haría a sus jugadores, cansados de verse y de hacer lo mismo temporada tras temporada, sin apenas novedades en cuanto a fichajes, condenados a la media tabla, contagiados de mediocridad, chicos sencillos que lo tienen todo y a los que costará, imagino, estimular.
Y entonces viene un tío con confianza y reputación, acepta lo que hay sin limitaciones mentales y asegura que le basta y le sobra para hacer grandes cosas. Y lo cambia todo. Y entonces Raúl García vuelve a ser determinante, Dani García filtra pases, Balenziaga sube y baja y hasta centra y a Williams le parece una buena idea, en vez de ir como un atolondrado al espacio libre, pararse en el área, hacer un pequeño recorte y disparar a la escuadra más alejada, y va el tío y mete un golazo inolvidable del que siempre se sentirá orgulloso. Y nosotros, también.
Muniain y Williams. Marcelo Bielsa y Marcelino. Gente que convence y gente convencida. Porque esto del fútbol es una cuestión de fe. De que los jugadores crean. Y para eso están los entrenadores. Para que los jugadores crean. Del resto de factores nadie sabe gran cosa. Del resto de factores seguiremos hablando en la radio, la calle y el bar.
Que haya suerte en la final. Y convicción.