Eduardo Ranedo nos recomienda el primer disco en solitario de Hannot Mintegia, músico bien conocido por la banda Audience, quien debuta con un álbum «denso y exigente, nada sencillo de escuchar pero absolutamente adictivo».
Resulta gratificante poder disfrutar en estos tiempos de una escena musical vasca particularmente saludable, sobre todo si atendemos a su versión más arriesgada o con aspiraciones de trascender los límites más convencionales. Sin tener que entrar en comparaciones ni pugnas provincianas, es evidente que Euskadi es un foco ineludible de propuestas avant tan frescas como exigentes, y para ello basta imaginar el contenido de un hipotético triángulo en cuyos vértices se situaran el colectivo Bidehuts, el perfil más ortodoxo encarnado por Vulk y la imprevisible y expansiva vocación de Rruculla.
Ahí dentro estaría sin duda «Zaldikatu» (Forbidden Colours, 2019), el debut de Moxal. Se trata de un proyecto nuevo en cuya cabeza figura Hannot Mintegia, a quien hasta ahora conocíamos fundamentalmente como miembro de los gernikeses Audience. Hannot ha perpetrado un disco denso y exigente, nada sencillo de escuchar pero absolutamente adictivo, cuya relevancia probablemente deba juzgarse más adelante, una vez que la perspectiva y la propia evolución de su propuesta artística haya alcanzado un poso que ahora solo se apunta.
No tengo claro hasta qué punto Moxal es un proyecto en solitario de Hannot o bien una célula coordinada por él y abierta a la participación de mucha otra gente. A esto último parece apuntar «Zaldikatu», un disco en el que ha intervenido un plantel de colaboradores de atractivo evidente y en el que entre otros destacan sus compañeros en Audience Ager y Gaizka Insunza, Maite Mursego, Ainara LeGardon, Miren Narbaiza -Mice-, Aiora Renteria, el ex Willis Drummond Rafa Rodrigo y Aitor Etxebarria. Quizá sea precisamente el universo musical reciente de Aitor con el que sea más sencillo ubicar la propuesta de Moxal, aunque todos han hecho aportes de enjundia y por cierto no siempre en la dirección que cupiera esperar teniendo en cuenta la trayectoria previa de cada uno, a canciones que iban creciendo en función de sus contribuciones.
Son ocho piezas de pop experimental –pop por la melodía, básicamente- en el que conviven sonidos industriales y ambient, herramientas como loops y samplers, extraños juegos vocales y guitarras afiladas. Aquí manda la vanguardia y no solo la de hoy sino también la de antaño, como en esas ocasiones en las que recuerda -siquiera a lo lejos- a las texturas de los Gong de Daevid Allen y de otros exponentes del sonido Canterbury. Las sorpresas son recurrentes, con llamadas a los sonidos de herencia árabe mezclados con la cool wave del post-punk, pero lo son tanto como el toque hogareño que no por ello –a estas alturas debería ser innegociable- cierra las puertas a lo exterior.
Moxal, ha contado Hannot, es el nombre que se le da al caballo joven, una criatura salvaje en proceso de formación, sensible a su entorno, a los lugares y a los seres que le rodean. En su proceso de crecimiento mezcla el ímpetu con las dudas, sin perder la curiosidad. Me parece un resumen perfecto de lo que es «Zaldikatu», un disco tan curioso como atractivo y, sobre todo, necesario. El futuro, como trataba de apuntar antes, confirmará si es algo más.